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Zana-zana

- Ah! Zana-zana!- se ríen sus hermanas.

- Zana-zana, culito de rana- se burlan con saña y un poco de envidia

A Zana-zana no le importa. Ella está segura que la escuchó, cuando el sol calentaba sus primeros brotes y aún su cuerpo era ínfimamente pequeño

Ella todos los días se acercaba, la rociaba con agua y le permitía crecer

Sus hermanas no le creen. Dicen que es una máquina que anda sobre ruedas, y que en realidad no es que la cuida “a ella”, sino que esparce agua por los surcos de una granja emprendedora.

Usan unas palabras!- Piensa Zana-zana - ¿dónde las habrán aprendido?

Es cierto que son bastante mayores que las hermanas de su sector que apenas están dando sus primeras radículas en el suelo. Pero ¿hablar así? ¿sabrán lo que están diciendo?

Es tan pequeña aún que ni su cuerpo sirve para alimentar a las hormigas que la miran crecer mientras le hablan y se hacen amigas. En realidad se hacen las amigas, en cuanto Zana-zana tenga un poco más de volumen y de azúcar ¡zácate! ¡se la morfan! Pero de paso que esperan no vienen mal unas charlas con alguien tan simpático e inocente

Las hormigas eran realmente interesantes. Tan chiquitas y tan sabias. El ir y venir de un lado a otro, les permitía conocer cosas que jamás uno se entera estando enterrado.

Por ejemplo, le habló de los humanos. Unos animales muy raros. Los dueños de la regadora (porque así se llamaba), y del campo en el que están todas ellas.

Le contaron que son seres crueles. Que tienen otros animales y otras plantas. Que algunas las cuidan mucho, porque son bellas, pero que de un momento para otro le cortan la vida y las lucen muertas en unos recipientes en las que las ponen con agua. También que no tienen raíces y que son capaces de asesinar y descuartizar todo lo que por allí ande, metiendo esos pedazos pequeños en un agujero que tienen en el frente de sus cuerpos y por el que se alimentan, descartando luego todo aquello que no les sirvió en esos cuerpos enormes y deformes que son característicos de ellos. Los hay que comen de todo, los hay que solo comen vegetales… Raros. No hay duda sobre ello

A Zana-zana le encanta estirar sus hojitas al sol y retozar tranquila pensando en todo lo que las hormigas le cuentan. Se imagina el lugar en que los humanos viven, porque no están enterrados como ella. No. Se mueven de un lado a otro y construyen lo que llaman viviendas con muchos aparatos y máquinas raras.

Zana-zana intenta imaginar y recordar todo lo que va aprendiendo

Un día, tempranito, cuando aún no había estirado del todo sus ramitas y el sol apenas calentaba, sintió que tironeaban de ella. Un dolor agudo la sacudió… intentó resistirse pero no pudo. Sus ramas, sus hojas, su cuerpo, fueron arrancados de la tierra que la cobijaba y en el mismo envión sintió que caía dentro de un canasto, en que muchas de sus pequeñas hermanas se retorcían asustadas por este atropello.

Las llevan lejos y las ponen sobre una mesa. Las separan, unas para acá otras para allá… Zana-zana había aprendido muchas cosas con las hormigas, entre ellas reconocer letras y palabras. Con mucho esfuerzo y mucho tiempo (que allí en esa mesa parece eterno), lee “zanahorias baby, ideal para veganos”

¡Qué horror sintió! ¡se la iban a comer! ¡esos animales sanguinarios y asesinos. Se da cuenta que todas ellas están destinadas al sacrificio… No quiere. No va a permitirlo

Mientras lo piensa vuelve a sentir que es trasladada a una bolsa más pequeña, y de allí al bolso de una mujer que feliz se la lleva pensando en el manjar que va a ser manducado por su familia

………….

Se encuentra en una cocina. Debajo del agua de una canilla. La lavan. La secan. La raspan. Duele. Le arrancan las hojas y sus ramitas. Insoportable. Pero aún no se rinde.

Es puesta en una procesadora con un disco circular para ser rallada.

Pero es pequeña. Muy pequeña.

La agarran de su cabeza de hojas y la meten en una especie de tubo, por donde ella había visto entrar a otros, y también que todo lo que caía allí salía del otro lado en pedacitos chiquitos. Cuando la máquina se pone en movimiento y comienza a girar, ella nota que puede escabullirse en el pico de entrada, quedando suspendida entre el émbolo de empujar y el rallador…

Al darse cuenta la mujer, cambia a un rallador manual. De acero, y al ser tan minúscula Zana-Zana, no puede retenerla. Ésta se escabulle de su mano cayendo al suelo, y la señora se lastima los nudillos de la mano. Insulta. Se enoja. Se limpia. Y la busca.

La busca. Pero Zana-zana ya no está. Encontró un hueco en el piso y se tiró por él. Entró en un túnel profundo y oscuro. Húmedo y maloliente. Pegajoso. Humeante.

Cae hasta una superficie con un poco de agua y allí queda trabada.

Se siente segura pero esta sensación va a durar muy poco. Percibe que no está sola. Que hay movimientos más allá del lugar en que está. Y al lado también.

Se acostumbra a la falta de luz y comienza a ver que muchos pares de ojos la están mirando. Que la están oliendo. Su cuerpo recibe la primer mordida…

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