Mar, playa, arena. Todo perfilaba unas vacaciones extraordinarias. Solo le faltaba conseguir con quién pasarlas. Decidió que mejor sola…
Aceptó la invitación porque se sentía cansada de la rutina y porque el desencuentro amoroso que había tenido la había hecho pensar en dejar la vida. Estaba desgastada y necesitaba recuperarse.
Claro. No se le ocurrió mirar un mapa. Con tal de irse, no titubeó en aceptar. ¡Brasil! ¡Qué mejor lugar para vacacionar!
La empresa le había regalado esa estadía. Reconocimiento al mérito – le habían dicho. Y ella lo creyó. Subió al avión con destino a Boca de Acre, desde donde llegaría en micro a Apos A Morte, en medio del Amazonas. Ni mar, ni playa, ni arena. Puro Amazonas y selva.
La esperaba un Unimog todo terreno del año 1961. Ella ni había nacido cuando se fabricó y, le parece, que su mamá tampoco.
El viaje fue incómodo: mosquitos, tábanos, lianas colgando, la advertencia del chofer:
- Você vai sentado. Pode haver víboras penduradas nas árvores – le dijo – e eu não quero perdê-la tão cedo
- Perdón… ¿qué es lo que me dijo? – le respondió. Su portugués era menos que elemental
- ¡Nada! ¡nada! Eu necesitamos turista na aldeia – le respondió incómodo
La llegada a la población fue shockeante: cabañas de paja y barro, hogueras donde se cocinaba, selva y muchos habitantes de aspecto gris fantasmagórico.
- Debe haber un error – pensó. – Estas no pueden ser mis vacaciones pagas.
La recibió una mujer vestida con coloridos ropajes, que le explicó que iba a ser su referente en su breve estancia allí. Le explicó que el dueño de la empresa tiene compromisos de mantenimiento con esta aldea, que ayuda a sostener las tradiciones y supervivencia desde hace años, desde que una vez se desplomó el avión en que viajaba y fue en este pueblo que recuperó su vida. Desde entonces, ella es la encargada de recibir a los vacacionistas que envía y darles el tratamiento necesario.
Dicho esto, le dio oficialmente la bienvenida. Le ofreció un cóctel de buen augurio y la llevó a la choza en que debería quedarse esa noche para luego continuar el viaje. Así le había dicho.
Caminó junto a ella hasta el lugar asignado mientras era observada por esos seres que parecían transparentes, que la miraban caminar como desde el vacío.
Sintió miedo y un temblor involuntario le recorrió el cuerpo. Decidió que a primera hora del día se iba. No le importaba lo que su jefe pensaba. No tenía ningún interés en quedarse en ese lugar, aunque hubiera atracciones inimaginables por descubrir.
Se acomodó en el interior de su cabaña al tiempo que sentía el peso del viaje en su cuerpo sumado al efecto del cóctel. Poco a poco necesitó primero sentarse, en el suelo, no había otra opción, pero luego se recostó en las mantas que al estilo de cama estaban tendidas en el piso.
No supo cuánto tiempo pasó. Era de noche cuando unas manos intangibles comenzaron a desnudarla. Sentía que eran muchas y muchos cuerpos los que se apropiaban del suyo. Su organismo era recorrido con lentitud, untado por algún tipo de ungüento. Cada rincón, cada cavidad era incursionada y untada. Una sensación de asco y angustia se apoderó de ella, pero no podía moverse ni hablar. Su mente estaba atenta a todo lo que sucedía sin poder emitir sonido alguno ni movimiento que le permitiera liberarse.
La trasladaron hacia otro sitio. Vio la hoguera mucho más grande que la que había cuando llegó. Tuvo miedo. Un terror descomunal se apoderó de ella.
Una cama de varillas de hierro fue colocada sobre las llamas.
La supervivencia del pueblo estaba garantizada por otro período.
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