A él le gustaba que su esposa le pidiera que haga las compras…
Disfrutaba salir y que lo vieran. Con su cuerpo trabajado, musculoso. Quería que al verlo pasar la gente dijera: - Mirá. ¡Increíble el viejo! Debe andar por los 70 seguro.
Frío o calor, siempre con remeras ajustadas, que marcaran su musculatura. Que diera envidia. Bronceado, esbelto. Así se ve.
Mes tras mes, él se esmera en mejorar su vestuario. Su apariencia. No va al médico, no lo necesita. Se siente fuerte.
Sin embargo, se lamenta de su vida actual. No se conforma con su presente.
Mi esposa, esa que me acompaña hace ya… ¿cuánto? … ni me acuerdo… pero varias décadas … No la entiendo. Es cierto que parió tres hijos, que laburó toda su vida limpiando la casa, haciendo la comida, cociendo, tejiendo. Pero ella no se cuida nada: uno la ve y ve a una vieja. No como yo- piensa
Este sentimiento mezcla de reconocimiento y asco hacia ella, lo viene acompañando hace bastante tiempo.
A sus años, ya no aguanta más la cercanía de ese cuerpo vetusto en que se convirtió la que era su compañera.
Por eso le gusta tanto salir a lucirse. Y busca excusas para ir cada vez más lejos.
En una de esas salidas al supermercado, aquel que queda en otra ciudad, la vio: joven. Hermosa. Llamativa. Deportiva.
Sintió que un cosquilleo le recorría el cuerpo. Que se inflamaba en una sensación que pensó ya no era capaz de sentir.
La siguió sin que se diera cuenta. La vio ir al parque, a correr.
Allí comenzó a urdir su plan. Dijo que iba a ir a hacer un chequeo porque quería acrecentar su rutina de caminata y, para ello, era necesario ver al cardiólogo.
Falseó haber pedido un turno. Falseó haber ido. Falseó también el informe de la consulta.
Como resultado, dijo que le habían recomendado hacer running.
Tengo que aprender los nuevos términos- piensa
Su esposa lo miró. No dijo nada.
Diariamente subía a su auto y recorría los km que lo acercaban al parque
Comenzó a ir en distintos horarios. La buscó diariamente, con distintos climas. No podía dar con ella.
Hasta que la encontró.
Y a partir de allí, intentó lucir ropa nueva cada vez que pudo, zapatillas caras. No le importaba gastar, quería impresionarla. Total, su esposa, sabía hacer malabares para que nada faltara en la casa. Él siempre se esmeró en proveer lo necesario. Había llegado la hora de ser egoísta ¡Qué va! ¡le había entregado su vida a esa familia!
Comenzó a correr cerca, mirándola y tratando de no pasar desapercibido
Primero fue una mirada de intriga por ese hombre que tenía tan buen estado atlético.
Después fue una charla. Y otra.
Poco a poco se fue estableciendo un vínculo que sumaba salidas a tomar un café…o una cena..
Ya no le importaba simular en su casa.
Eros había ingresado nuevamente a su vida. Lo rejuvenecía y lo empujaba hacia ese cuerpo joven.
Cada vez que la veía y se encontraba con ella, la sangre comenzaba a circular por su cuerpo con la energía de los 20 años…
Y así se lo hizo saber.
Las charlas y encuentros, dejaron paso a los amantes.
Poco tiempo tardó él en darse cuenta que la diferencia de edad podía ser un gran problema.
Buscó salidas químicas y lo resolvió.
Es increíble lo fácil que es conseguir esta pastilla- pensó.
Seguir el ritmo en lo cotidiano le hizo tomar otras decisiones. Y eligió, a pesar del comentario de su hija: ¿estás seguro que te va a cambiar los pañales cuando lo necesites?
Alquiló un departamento. Se fue a vivir solo.
Pero eso duró poco.
Ella lo convenció de sus problemas económicos para sostener su vivienda.
La invitó a compartir con él.
Esto incrementó sus gastos enormemente: no solo en la posibilidad de disfrutar la vida, sino también el mantener los caprichos que iban apareciendo: ropas, salidas nocturnas, recorridos en bares, alcohol, amigos, amigas. Todo un mundo que comenzó a descubrir y un cuerpo que de a poco se empezó a resentir.
Más le exigía ella, más recurría él a los químicos para que su virilidad no se pusiera en duda entre tanta gente joven.
Un día, no recuerda cómo, se encontró en un hospital. Solo. Conectado a mil cables.
Y otro día, no recuerda cómo, se encontró en una casa con otros viejos, como él. Pero que caminaban.
Cada tarde de domingo su esposa le alcanza la leche, le acomoda la manta sobre las piernas y se va.
Él la ve marcharse desde la ventana.
No dice nada. No puede.
Sabe lo que le cuesta caminar. Sin embargo viene.
Cada día domingo.
Cada tarde de domingo.
Cuando él recupera su fuerza y su habla, ella lo mira a los ojos y cumple el nuevo ritual: al despedirse, se acerca dulcemente en un movimiento que a la vista de todos se confundiría con un beso.
Todos miran a esa pareja eterna conmovidos por el amor que se demuestran.
Sin embargo posa su boca muy cerca del oído de su esposo y suavemente, en un murmullo, le dice: ¡hijo de puta!
Se separa de él. Saluda a enfermeras y cuidadoras.
Y con su paso lento, cansino y dolorido, se dirige hacia la puerta. Antes de atravesarla, se da vuelta y con una sonrisa socarrona, le tira un beso con la mano.
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