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Vaivenes

Como cada año va a la librería para comprar el regalo para el cumpleaños de esas niñas.

Siempre busca algo nuevo, llamativo, que despierte en ellas el interés y la curiosidad. Que las remita hacia esos mundos que conoce tan bien.

Le cuesta mucho ir a esos lugares. Siempre hay gente hurgueteando y a ella le gusta estar sola con sus reflexiones.

No obstante, sale de la casa y transita el camino hasta el negocio.

Va caminando. No importa la distancia. No quiere compartir espacios con desconocidos y desconfía del transporte público. Intentó alguna vez manejar, pero no aprobó el examen porque, le dijeron, no podía concentrarse en lo que hacía.

Y es cierto. Le gusta mucho hablar consigo misma y discutir sus ideas.

Comienza a recorrer las estanterías, revuelve y mira las ofertas de las mesas. Lee, ojea, olfatea el olor a nuevo, camina entre los libros, viaja por sus letras e imágenes, hasta que encuentra uno caído debajo del expositor más lejano.

¿Cómo nadie lo vio? ¿cómo puede un lugar tan ordenado tener un ejemplar allí, casi en el camino, y no guardarlo?

Piensa un segundo si es correcto que ella lo haga, y sin esperar su propia respuesta lo levanta. Se reprocha la acción. Pero no le importa: ya está hecho.

Siente una atracción particular por ese ejemplar. Se da cuenta que es mucho más que curiosidad: necesita leerlo, tocarlo, sentir la tinta recién descubierta por un ojo humano.

Como atraídas por un imán, sus manos lo abren y permiten que los dedos rocen las hojas, acariciando una imagen en espiral. Una espiral fantástica, de mil colores, algunos indescriptibles. Una imagen que parece salir fuera del papel y por otro lado, extenderse en lo profundo, mucho más allá de lo que la capacidad humana puede pensar.

Un vértigo se adueña de su cuerpo y se deja llevar por esa sensación. Cuando ésta pasa, se encuentra sentada sobre una de las franjas de colores. Brillante. Cálido. Acogedor.

No sabe por qué está allí, pero sí que en ese lugar todo está bien. Está protegida. Abrazada. O eso cree.

Comienza sentir un profundo y arrullador sueño. Sus ojos no pueden permanecer abiertos. La pesadez es tremenda y cada vez la lleva más y más hacia ese lugar en que la realidad no se distingue de la fantasía… donde el inconciente aflora con toda su ferocidad y transporta a dulces sueños o a pesadillas innombrables.

Y allí está. Espera encontrar algo. Imágenes, sonidos. Algo.

Pero no. Solo preguntas que remueven su interior. Preguntas que alguna vez pasaron por su mente y quedaron sin respuestas.

Como la misma espiral, tienen un comienzo, donde uno puede captarlas fácil y convertirlas en palabras: ¿qué habrá sido de mi señorita Mabel de 1°? ¿le habrán hecho algún sumario por mala? ¿y Ruth? ¿de 3°? Ella que siempre nos hablaba de democracias y dictaduras ¿habrá sobrevivido la masacre de los ’70? ¿a dónde se habrá escapado mi tortuga que nunca más la vi? ¿y mi perro Yoda?

Siente que un sinnúmero de preguntas sin contestaciones abrumaban su cabeza… cada vez más curvada. Más extendida.

La vida después de la muerte… la falta de sus padres… los destinos por haber tomado una u otra decisión…

Cada vez son más y más…

Cree que su cabeza ya no podrá soportar más, cuando la situación empeora, pues esas preguntas se transforman en reproches que llegan como flechas envenenadas a las que no puede esquivar y que sabe que indefectiblemente la llevarán a la muerte…

Intenta escapar. No sabe cómo. No se le ocurre la forma de hacerlo. Solo sabe que no puede seguir en ese lugar porque no sobrevivirá a la angustia profunda en la que se va sumiendo.

La espiral esta allí. Solemne. Inmensa. Ocupando todo el espacio. Acrecentando su poder sobre ella. Aplastándola con sus matices y teniéndola prisionera.

Se puso de pie y comenzó a saltar sobre los colores, de uno en uno probando qué pasaba cuando se sitúa en ellos.

Pasa por distintas emociones: felicidad, placer, dolor, temor, rencor, alegría, enfado, tristeza, sorpresa, asco, confianza, interés.

Todas son tan extremas. Todas acaban con su capacidad de pensamiento y convierten ese tiempo vívido en casi una tortura…

Siente que ya no es ella la que piensa ni la que responde… Pero ¿es ella la que pregunta? ¿qué composición tiene esa tinta para que esta imagen le permita sublimar su más remotos secretos y temores?

Da vueltas sus pensamientos como da vueltas esa espiral.

Da vueltas su vida, como da vueltas en su encierro.

No encuentra la salida…

Cuanto más avanza en los colores, más siente que va perdiendo el contacto con el afuera.

Todo es la espiral. Todo son las vueltas infinitas hacia un lado o hacia el otro.

Quizás no es como en los laberintos que solo es necesario salir por arriba. Quizás no haya salida.

No tendría que haberla.

Quizás ella es la espiral.

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