Un paso a la vez. Un paso a la vez.
Así llega, cansino, a la consulta.
Su esposa lo acompaña amorosamente. Lo mima. Lo espera. Lo ayuda.
Él es muy joven. Cuarenta y pico…
Se sienta como si flotara en su silla.
La médica pasa y lo ve. La esposa le pide que lo llame.
Se siente mal. Muy mal. Necesita ser revisado.
Pasan uno, dos turnos. Quizás más.
Al final se abre la puerta y dicen su nombre.
Levanta su esqueleto de la silla como puede. Con gran esfuerzo se dirige hacia esa puerta que lo traga para escupirlo minutos después con la misma cara de cansancio con que ingresó.
La rutina de nombres sigue. En ella también estoy yo…
Pasan los días y no volví a verlo hasta ese lunes en que llegó no solo con su esposa, sino también con un hombre que juraría era su hermano. Un parecido asombroso varios años más viejo…
Es una despedida. Él lo sabe. Lo siente en el cuerpo que ya no puede más de tanto sufrir.
Lo miro sentado frente a mi, esperando, y se me estruja el corazón de dolor e impotencia.
Pienso quién va a acompañarme a mí cuando llegue mi hora. Quién se sentará a mi lado y me tomará la mano como hoy le pasa a él.
Nos llaman casi al mismo tiempo. Pero a mi primero y me acuestan en una cama.
Enseguida entra él.
Casi no puede moverse. Lo sientan.
El cuerpo no le responde. No puede sostener esa postura. Se desliza, se está yendo hacia vaya a saber qué espacio y tiempo.
Me conmueve y le ofrezco mi cama. Le pido a la enfermera que nos cambien de lugar. Que él no puede… lo digo sin pensar si esto lo ofende o lo lastima. No lo pienso. Lo digo.
Él, con esa mirada que se vuela y va desapareciendo, me agradece con una voz que es casi inaudible.
Y cambiamos de lugar. Y lo veo recostar esos huesos pesados para moverlos.
La enfermera me sienta en una silla al lado del escritorio de la administrativa que es su hija. No hay otro lugar, pero al igual que yo, entiende que ese hombre ya no puede más manejar su cuerpo y que un cansancio estremecedor se apoderó de él. Y me desmayo. Baja presión o miedo a la muerte. Ambas son opciones posibles.
Cuando despierto, ya se había acostado y ya estábamos los dos con la vía puesta recibiendo la quimioterapia que cura y mata.
Fue la última vez que lo vi…
Nunca hablamos. Solo ese día en que la comodidad era imprescindible.
Lo registro y lo recuerdo cada lunes.
¿Alguien me registrará a mí?
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