Parece que fue ayer que estaba recostada esperando la cirugía que definiría el grado de enfermedad y pondría fin a la incertidumbre.
Un año.
La angustia de lo indescifrable. El dolor de no saber. De repasar lo negativo y esperar un resultado atroz.
Un año.
De pensar. De sentir. De sufrir. De esperar. De luchar. De vencer.
El tiempo siempre es subjetivo y refleja lo que para cada uno significa. Se contrae o se expande según el estado de ánimo y la pasión, positiva o negativa, con que se lo cargue.
Hace un año ya, un día como el de hoy, me encontraba recostada en mi cama, a oscuras, escuchando audiolibros. Tratando de pasar el tiempo en calma esperando el transcurrir de las 24 hs faltantes para entrar al quirófano.
Estábamos los dos. Mi compañero de vida y yo. Y mis hijos, pero más lejos. Atentos, pero sin irrumpir en lo que, sabían, debía ser un espacio de sosiego.
Calma… ¡Mentira! ¡Nada de calma!
La calma llegó después. Con el tiempo. Con el despertar y mucho más.
De cuando salí de quirófano no recuerdo nada. Solo que entré llorando y que al despertarme, estaba mi nuera, amorosa, a mi lado atendiéndome hasta que trajeron el desayuno. Luego llegó mi esposo y ella se retiró, no sin antes desearme un feliz cumpleaños.
Al hacerse la mañana entró un hombre a la habitación. Gordito. Pelado.
No lo conocía. Entró y me dijo que me saque la ropa para revisarme.
Mi esposo no estaba. Se había ido a hacer algún trámite.
Estuve a punto de gritar y denunciarlo ante las enfermeras. ¡Habrase visto descaro! ¿quién era este chabón? ¿cómo ingresó? ¿quién lo autorizó? ¿de dónde salió y qué quería?
Me senté como pude con toda la intención de revolearle algo por la cabeza haciendo uso de la poca fuerza que me quedaba.
En ese momento ingresó mi médico. Vio la situación y en el momento se dio cuenta que debía intervenir. Me dijo algo así como que era un amigo, que lo vio por la calle y lo invitó a operar con él. – Un vagabundo, un atorrante que no hace nada de nada- dijo muerto de risa.
Y me lo presentó. Era “el otro” médico. El que operó mi axila mientas él sacaba lo malo de la mama.
En ese momento entendí que este médico que siempre estaba de buen humor, había entendido la gravedad que me aquejaba y la necesidad de acortar los tiempos de anestesia. Que había resuelto compartirme con otro y que ambos habían salvado mi vida.
Hace ya un año que esta historia sucedió, y estoy aquí para contarla y volver a cumplir años.
Hace ya un año que salí de la clínica para el supermercado a realizar compras por un cumpleaños que no festejé.
Hoy es distinto.
Espero a mi familia. Van a estar conmigo.
Mi hermana. Mi cuñado. Mis sobrinos. Mis consuegros. Alguno de sus hijos. Mi alumnito del alma…
La presencia amorosa de mis hijos. El que está acá, al lado mío físicamente. Y el que está en el sur y me llama y me acompaña a la distancia.
Ya es el segundo año que no lo paso con ellos en el frío patagónico, pero la certeza de poder ir en breve, me mantiene viva y feliz, porque parte de mi vivir son mis momentos en familia.
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