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Tomografía

- Aspire hondo… No respire… (en tono monocorde, que parece más una computadora que alguien recitando una indicación archi conocida)

- Túuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuu....

- Puede respirar, pero no se mueva.

Ella no se mueve ni abre los ojos. Se encuentra en la camilla dura, sin almohada porque así le duelen menos las cervicales. El brazo estirado por encima de la cabeza. Bien estirado para que la vía no se salga, pero igual duele. El otro también por arriba, pero más relajado, aunque al ser el que fue operado, es más difícil mantenerlo en esa posición.

- Tiene callos en las venas.

- Si.

- Y… eso pasa cuando queda un solo brazo útil. La próxima vez haga ejercicios con una pelotita una semana antes de venir. Todos los días. Así se ablandan un poco.

- Bueno. No lo sabía. Gracias.

El estómago parece un lavarropas funcionando. El litro de reactivo que tuvo que tomar antes de entrar va de aquí para allá golpeteando las paredes del estómago.

- Aspire hondo… No respire.

- Túuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuu....

- Puede respirar, pero no se mueva.

Siente las voces a su lado. Son los dos médicos.

- Ahora le vamos a pasar el radioactivo. Va a sentir calor en todo el cuerpo.

La oleada caliente comenzó a quemarle por el brazo, siguió por el abdomen, pasó por sus genitales ardiendo como si un fuego interno quisiera abrirse paso, siguió hasta sus pies. En segundos, todo su cuerpo estaba en llamas.

- Aspire hondo… No respire.

- Túuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuu....

- Puede respirar, pero no se mueva.

Abrió los ojos. Todos los techos de todos estos lugares son iguales: paneles de Telgopor ocultando marañas de cables y mangueras con más cables. En algunas clínicas son blancos. En esta eligieron el gris. Sigue quieta con los brazos entumecidos y la vía que sigue doliendo. Mira el techo. Un panel parece correrse. ¡Sí! ¡Se corrió! Mira a la enfermera que estaba acercando el carro con el desfibrilador. Le hace gestos para que mire el techo. Ella nada.

Aparece un dedo en el hueco. Le hace señas que la siga, con ese gesto natural de flexionar el índice para arriba, moviéndolo, mientras el resto de la mano permanece cerrada. La está llamando a ella.

Como en un cuento de ficción, siente que se eleva y se sube al techo. La silueta dueña de esa mano que la llamó le indicó que la siga. Era inmenso el lugar. Comienza a gatear detrás de ella. Siguiendo el mismo rumbo. Apoyando su cuerpo en las uniones de aluminio, para no hundirse.

Increíblemente descubre que las divisiones entre consultorios no existen desde ese lugar. Así escucha a una médica analizando unas imágenes mientras dice que no hay cerebro. No dijo “hay una atrofia”, o “se evidencia una lesión tal o cual”. No. Sus palabras fueron “no hay cerebro”. Una barbaridad, o una mutación desagradable, pensó.

Siguió recorriendo la clínica: pasó por la administración, vio la gente que entraba y le tomaban la temperatura, los esperanzados que fueron a recibir la dosis milagrosa de la vacuna de prueba, el laboratorio. No entendía cuál era el objetivo de su anfitrión.

- ¿A dónde vamos?

- A jugar

- ¿A jugar a qué?

- No sé. Después vemos

- Pero… ¿por qué me estás llevando?

- Porque estoy muy solo acá arriba. Días y días entre cables sin hablar con nadie. Y te vi tan aburrida esperando que termine el estudio, que decidí sacarte un rato.

Recién allí miró para abajo. Su cuerpo estaba en la camilla rodeado de médicos y enfermeras.

- Raro- pensó. No se quedan cuando el tomógrafo funciona porque irradia y es peligroso.

El paseo fue más que divertido. Jugaron a las escondidas en los distintos pisos del sanatorio. En el hueco del ascensor. Corrieron por las escaleras, pero del lado invisible para la gente. Se sentaron en el borde del balcón a mirar el tránsito de la calle Rivadavia al mediodía. Le hicieron cosquillas por detrás de los barbijos a la gente que esperaba su turno. Este personaje sin rostro ni género definido, era sumamente divertido. Así estuvieron largo rato… perdió la cuenta de cuánto. Perdió noción de tiempo alguno. Pero tenía muchísimo frío.

- Le sacamos la bomba radioactiva- escuché una voz lejana. Baje los brazos y descanse. Estamos al lado suyo. Díganos si siente alguna otra molestia

Otra vez estaba en la sala del tomógrafo. Se notaba que había habido mucho movimiento porque estaba desordenado y se los veía cansados y confundidos.

- ¿Se siente bien? Vamos a esperar un rato. Descanse. Falta una última toma de imágenes, pero depende que Ud. pueda.

- Si – dije. – Estoy muy bien…

Por el techo, la mano amiga la saludaba despidiéndose. Ella sonreía acordándose del buen rato que habían pasado juntos. En seis meses vuelvo, le dijo pero sin hablar, acordate de venir a buscarme.

- Aspire hondo… No respire.

- Túuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuu....

- Puede respirar, pero no se mueva.

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