La quimioterapia terminó. Al menos esto creo.
Siento que pasaron los meses y que estuve encerrada en un cubículo donde resistía y miraba desfilar las horas.
Horas de soledad acompañada. Aunque no se entienda. Todos me acompañaron: por teléfono, visitándome, estando atentos, preguntando. Todos estuvieron presentes de alguna forma. La familia. Los amigos.
Hoy miro hacia atrás y recupero imágenes… mi primera salida afuera (después del supermercado el día de mi cumpleaños) fue en compañía de Merce. Me vino a buscar y me “sacó a tomar sol”. Despacito. Atenta. Llevándome del brazo
Me sentí cuidada y mimada… también que la vida pendía de un hilo. Con pocas fuerzas para todo… pero salí. Enfrenté el sol y el día.
Poco a poco fui tomando coraje para hacer más. Y quise retomar las clases de cerámica.
Necesitaba organizarme, aunque no esperé que esta organización fuera externa.
Mi sobrina y mi esposo. Dos pilares fundamentales de mi cura.
Una me venía a buscar al mediodía… desde su casa, lejos. Un sacrificio que hacía con amor.
Y mi esposo me iba a buscar por la noche.
No es que fuera tan lejos, pero tampoco tan cerca. En otro distrito. En otra ciudad.
Así fueron pasando los meses y las semanas y los días y las horas.
Con esas ganas de ganar y esa inercia que me retraía.
Con ese ímpetu de vida que se impone y ese tirón para atrás de una enfermedad y su cura que te dejan sin fuerzas, sin energías.
No fueron las únicas compañías que tuve.
Mi hermana, que me llevó al Gandulfo, a la médica para tratar la obesidad a pesar de estar ella misma enferma, que me llamó por teléfono y me visitó cada vez que consideró prudente… que me trajo una sandía cuando aún podía comer frutas crudas… que me acompañó respetando los espacios, los silencios, los dolores. Que se descompuso en alguno de esos trámites y me ocultaron su internación en terapia para que yo no quisiera ir a verla por temor a los contagios.
Los amigos de mi esposo, que estuvieron con él (y conmigo) todo lo más que pudieron, pero sobre todo no dejándolo solo a este hombre que por momentos perdía el rumbo, aún sin perderlo. Desorientado, exhausto.
Parece contradictorio el relato, pero así es de contradictoria la vida en estos días.
Fueron y son días muy difíciles. Para todos los que me rodean. Para mi. Para ellos.
Y en el medio un dolor punzante y desgarrador que contaré en otro momento.
Sé que gané, sin embargo, no puedo pensar a futuro sin sentir que es un vacío que desconozco, que me lleva a lugares y tiempos vacíos, sin imágenes en qué reflejarme o sentirme segura.
Mis mil y un proyectos que por momentos se vuelven utopías lejanas, llenas de silencios y temores, de acertijos y también de despedidas.
A veces aparecen ocasiones en que puedo pensarme disfrutando la vida, el sol, la luna y la familia, proyectar la vida, planificar viajes, sentirme más viva que nunca
Y voy transcurriendo, escurriéndome en un colador de sensaciones que va dejando filtrar lo que vale la pena mientras se decanta y se pierden los dolores inmensos y los sentimientos desafortunados.
Hoy es mi primer lunes sin quimioterapia, sin controles, sin esa sensación extraña de depender de otros para saber que estoy viva.
Hoy me levanté no muy temprano. No hacía falta. Amanecí abrazada por una de mis nietitas. Nos vestimos y nos fuimos a pasear. Los cinco: mi esposo y mis tres nietos. Fuimos a ver el lago y a recorrer el Museo del chocolate.
No me importan ni el lago ni el chocolate. Me importa saber que pude hacerlo con ellos y que puedo ir mañana de nuevo si quiero.
Eso.
Mañana.
Y pasado.
Y cuando quiera.
Porque gané.
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