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Pandemia

Y un día el mundo se detuvo.

El mundo humano se detuvo.

Hombres, mujeres y niños quedaron encerrados en sus cubículos.

Las máquinas dejaron de funcionar y producir, mientras los dueños miraban azorados cómo sus ganancias caían…

Los pequeños productores, desesperados por no saber cómo sostener el trabajo que tanto les había costado generar, pensaban cómo zafar del desastre mientras los grandes bancos les negaban los préstamos blandos.

Los grandes dueños, indignados porque a lo mejor iban a perder algunos meses de ganancias de los cientos de años que ya tenían garantizados para el futuro de varias generaciones, ardían de rabia.

Padres e hijos pensando cómo pasar mejor el tiempo juntos, quizás por desconocer esto de tener tiempo juntos sin salir corriendo a cumplir algún horario en algún lado.

Los ancianos dudando acerca de si sobrevivirán; quién les hará los mandados y con qué; y cómo pasarán este encierro; esperando la visita lejana de los hijos que no se acercan porque los quieren vivos, o la videollamada que los deje ver a sus nietos a los que abrazarían con fuerza.

Las mascotas asombradas de que sus humanos estén en sus casas.

Los honorables comerciantes vecinos, remarcando y remarcando mercaderías, aprovechando la clientela cautiva que por causa de la prohibición de desplazamientos, saben van a tener al menos 15 días más a su merced.

Y mientras tanto, desde las ventanas, balcones y jardines aislados se dejan transcurrir…

Horas y virus…

Soles y virus…

Lluvias y virus…

Muertes y virus…

Si encienden la TV, infectólogos les cuentan cómo esos “bichos” que no tienen vida pero llevan muerte, se apoderan del mundo conocido y lo transforman. Y les explican que con solo lavarse las manos y no salir y tener contactos con otros, están fuera de peligro.

Aunque las noticias son distintas… los contradicen… los ponen en duda… los hace pensar y tener miedo.

La gente enferma. La gente muere.

Miles. En todo el mundo. En los rincones recónditos… En las grandes ciudades…

En mi juventud leí un libro. “Ciudad”, de Simak. En él los perros narran a sus hijos la historia de las personas que alguna vez existieron y, que encerradas por sufrir agarofobia, habían desaparecido, dejando a ellos su legado y a las hormigas el poder del mundo.

Esto es distinto. Creo. Porque espero poder contarlo a nuevas generaciones y que no sea mi perra la que lo haga.

Aquí un virus, ¿desconocido?, de pronto irrumpió en la vida humana obligando a todos a encerrarse y a comenzar nuevos vínculos y nuevos rituales.

Y comenzaron nuevas formas, más obsesivas, más livianas, más pensadas, más sensibles, más irritantes.

Desde la limpieza sobre limpieza sobre limpieza, hasta el descanso más aburridor… Y también los creativos crearon, los solidarios brindaron su ser, los artistas sus artes. Una nueva organización virtual y lejana, pero a la vez cercana, comenzó a rodar sobre las relaciones humanas.

Y aumentaron los afectos… y los odios…

Y creció el femicidio, producto del encierro de agresor con agredido, o a la ira que estalla entre cuatro paredes y lleva a transgredir la cuarentena para hacerse una “escapada mortal” hacia la casa de ella, la que merece morir en manos del macho violento y dominante.

Y todos piensan cómo va ser el mundo después.

Qué se hará cuando se pueda salir. Si se habrá cambiado algo con tanto encierro y tanto temor. Si nos hará “mejores”

Y mi impresión es que no tanto.

Sigue habiendo miserables que especulan con el dolor y sacan tajada de la muerte y de la vida.

Y que ya piensan cómo lucrar y cómo joder.

No es sobrevivir. No. Es mucho más. Es el poder por el poder.

Es avaricia y egoísmo extremo.

Es la soberbia de sentirse superiores y pensarse eternos e inmortales, mientras ven morir a miles y saben que pueden garantizar su tratamiento (no el resultado), mientras otros no garantizan el pan de hoy

Los que prometen pagar el doble o el triple, si el jardinero de Nordelta les va a cortar igual el pasto y les embellece sus jardines y sus piletas… los que entran a su sirvienta en el baúl del auto para no tener que ensuciarse las manos, o las que la encierran en cuarentena con ellas, para poder disfrutar el seguir sin hacer nada… Los mismos que meses antes no querían que viajaran en los mismos colectivos que ingresan al predio, al mejor estilo de los años ’60 del sur de EEUU

Y acá estamos. Y así estamos.

Una grieta que divide históricamente a las sociedades y que hoy se ve sellada por un virus que mata a todos por igual.

Estas sorpresas que nos da la historia. O no tan sorpresa. Según cómo queramos pensar el origen de los que hoy nos pasa.

La cosa es que en diciembre, no imaginábamos esto.

Y en marzo está el mundo envuelto en el temor y el cuidado, rogando al santo alcohol en gel que nos protega.

Y aparece una nueva conjugación que hasta hace un mes no pensábamos:

Ayer estábamos

Hoy estamos

Mañana ¿estaremos?

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