Otra vez la inmensidad de la noche interrumpió su descanso. Oleadas de pensamientos surgían en la oscuridad, mezclándose con los sueños y la vigilia.
Imágenes, palabras, sentimientos, que arrastraban hacia la profundidad de las sombras los más recónditos sentires.
Mil y una vez escribió en su cabeza borradores de historias que una y otra vez fueron descartadas, arregladas, borradas y reescritas.
Sintió que podía. Se levantó. Encendió su computadora, pero al parecer, solo la penumbra era capaz de encender su capacidad de enunciar y escribir.
Volvió a su cama. A sus historias. A sus recuerdos.
Su alma se sentía ansiosa. Como esperando algo que nunca llega.
Se pregunta qué será aquello que la mantiene en vilo y que en algún momento ingresará por su puerta para sellar la angustia que la mantiene abierta.
No lo sabe, pero lo intuye.
No lo sabe ni lo quiere saber.
Se somete a Morfeo y pide que deje ingresar a los enanitos mágicos. Éstos que su padre le contaba entraban por la ventana, entre los postigones de madera, para espolvorear las arenas mágicas que hacen picar los ojos y producir los hermosos sueños.
Pero él no la escucha. No desea cumplirle hoy el deseo del dormir a esta mujer que se encuentra ansiosa esperando el nuevo procedimiento que dará, por fin, por terminado un tratamiento que para siempre (o al menos eso espera), la libere de esta enfermedad.
Ocho. Resuena en su mente este número y la cara del técnico cuando se lo dijo durante la medición en el tomógrafo.
Ocho. Este dígito que aparece en la biopsia que le puso nombre a su tormento.
Ocho. O infinito. Según como quiera leerlo.
Decide que la segunda opción le resulta mucho más simpática y esperanzadora.
El sueño la vence. Y sueña con sus nietos. Y se siente abrazada.
El sol comienza a aparecer por las hendijas de su ventana. No lo ve, pero sabe que con el día renacen las esperanzas y las cosas se ven más claras, más luminosas.
Y siente que los sueños y las angustias se fueron con la noche y su hondura.
Se levanta y allí está él, como cada mañana. Dispuesto a esperarla con el mate y la tostada calentita hecha para ella.
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