El ideal del yo constituye un modelo al que el sujeto intenta adecuarse.
El concepto designa el establecimiento de una suerte de figura referencial para el yo
Es el mediodía cuando mi esposo me dice: se descompensó Diego.
-Se va a morir, le contesté, está muy mal. No tenía que haber salido de la clínica.
A los pocos minutos, casi superpuesta, llegó la noticia: el barrilete cósmico decidió volar.
El arco rebotando cual pelota perdida, sentirá su ausencia.
Millones de pibes que no lo conocerán, oirán hablar del hombre que fue capaz de reivindicar las Malvinas para el sentir popular sin iniciar una guerra: solo con una mano que le prestó Dios.
Los que lo vimos crecer y lo vimos sufrir, los que lo vimos brillar y lo vimos también decaer, sentiremos su falta, pero también se nos dibujará una sonrisa al recordar sus salidas y sus frases controvertidas y provocadoras.
El hombre al que músicos y cineastas homenajearon en vida. El que pudo cantar un tango, conducir un programa de TV, abrazar a los presidentes populares, defender a los defensores del pueblo.
Ese hombre de piernas hábiles e inteligencia sagaz, al que la villera vida de barrio le indicó un sinuoso destino por camino. ¿A dónde hubiera llegado en otro pesebre?
El Diego: hacedor de piruetas y equipos, insurrecto y revoltoso por naturaleza y por bronca, conocedor como muchos otros de las injusticias del hambre en la niñez y la discriminación en la adultez.
El Diego. El diez. El dios de los argentinos. El hombre que ocupó el lugar del ideal aspirado por tanto pibe pobre que piensa cambiar su vida pateando la pelota en el campito que aún no tiene soja o edificios.
Hoy la iglesia maradoniana le rendirá un sentido homenaje, pero el pueblo del que salió, ese, lo homenajeará a lo largo de la historia.
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