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Letargo

Se para detrás de la ventana. Corre la cortina y mira para afuera. Una práctica que lleva adelante desde hace mucho tiempo, pero que ahora es más rutinaria. Seguro que por influencia de la edad.

Pasan personas. Las mira. Las piensa.

Por momentos parece indiferente a ese movimiento. Se distrae con una mosca. Sigue su trayectoria por la casa.

Se adormece en el sillón en que está recostado.

Abre un ojo. Vuelve a mirar sin ver.

La vida transcurre detrás de ese vidrio, pero también de este lado. Pero la pesadumbre y la somnolencia pueden con su cuerpo y no le permiten notarlo. La curiosidad entra en letargo.

Sueña con tiernas caricias. Se estremece. Su cuerpo revive ese sentimiento insuperable e intransferible del sentirse amado.

En esos intersticios entre el dormir y el despertar la sabe cerca. El olor de su cuerpo penetra por los orificios nasales y recorre todo su sistema nervioso. Le recuerdan momentos que solo ellos pueden lograr. Momentos en que el mundo desaparece y solo existe la pasión, la ternura.

Los espacios de amor entre ambos son irrepetibles. Únicos. Llenos de placeres y sensaciones compartidas. Jamás nadie podrá reemplazarla en su capacidad de brindarle goce.

Poco a poco el sueño se diluye y la lucidez le permite valorar sus pensamientos anteriores.

Se inquieta. Se pregunta si hay un horario que deba respetar para poder dar rienda suelta a sus instintos, abalanzarse sobre ella, hacerle saber lo que siente, lo que necesita, lo que le gusta.

Se queda mirando nuevamente a la gente pasar. Variedades de personas: en tamaño, forma. De caminares rápidos o lentos. Preocupados o distendidos. Rostros que indican situaciones que son fácilmente identificables.

De pronto la ve atravesar la reja de calle. Ingresando al jardín desde quién sabe qué destino anterior. Se inquieta.

Evidentemente salió mientras él dormía. Se dice que esto no puede volver a pasarle. Su vigilancia no puede ni debe debilitarse. Se siente viejo. Siente que perdió capacidad de reacción.

Se acomoda en el sillón atento a la puerta. Ella no entra enseguida. No entiende qué la retiene. Por qué tarda tanto en ingresar a la casa.

El tintineo de las llaves incita mariposas en su estómago y pone su atención al máximo nivel.

El chirrido de esa puerta, a la que nunca se le puso aceite, da cuenta del inminente reencuentro.

Entra. Ve cómo se ilumina su cara al descubrirlo despierto en el sillón.

Él ya no puede contenerse. Recobra la energía.

-¡Michi! ¡Fui a comprar tu comidita!- la oyó decir…

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