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Lecturas

- Entonces, se amontonaban gozosos a leerlos las mariposas y los santos. Porque mi pueblo es así. Tenemos santos propios y andan por ahí, sueltos nomás. Revolotean por la plaza junto a las mariposas. Y cuando los gurises se van a los bancos a leer con las maestras, a ellos les encanta acercarse a escucharlos y mirar los dibujos y las imágenes. Más de una vez alguna mariposa se estrelló contra las hojas por enamorarse de alguna que estaba en el libro. Por eso en mi pueblo se lee en voz alta. Para ellos. Pero es un despelote, ¿sabe? Todos juntos al mismo tiempo. Unos la Caperucita, otros las leyendas, más allá los balcones sin flores. ¡Qué manera de embrollar a la gente de cuerpo entero! - así don Braulio le cuenta a la periodista los avatares con la lectura.

Ivonne, que así se llama la reportera, viajó al pueblo para descubrir el misterio de las mariposas y las lecturas en voz alta. Se instaló en la única pensión existente, en la que compartía dormitorio, comida y baño, con la sola intención de conocer desde adentro lo que tanto caracterizaba a este lugar. Allí se enteró que si quería saber más debía entrevistar a la Pocha, mujer de edad indescifrable, tarotista, partera, vidente, curandera, pero sobre todo: chusma.

Hacia aquel lugar fue, previo pedido de turno. Al llegar a la casa se cruzó con dos mujeres que salían, una de ellas llorando. Golpeó la puerta y desde adentro le gritaron: - “¡Entre nomás! Acá nunca se usa la llave”. Y ella entró. Un gran aposento era el lugar de espera, con la pintura roja derruía, cascarones colgando que dejaban ver los cientos de colores anteriores que asomaban en capas; bancos de madera todo alrededor con mullidos almohadones para que sean más cómodos; revisteros con trozos de algunos ejemplares a los que evidentemente los “pacientes” les fueron arrancando las partes que les interesaba; flores de plástico llenas de tierra, y allí, bien en el centro, una mesa muy limpia con mantel florido de hule y la alcancía para colaborar con Pocha.

Se sentó a esperar. Mucho tiempo esperó, pero valió la pena.

Pocha resultó ser una mujer muy dulce y pícara. Con esa mirada que parece atravesar la vida de uno con solo apuntar hacia tus ojos. El cabello descuidado, falto de tinturas pero limpio y sedoso. La piel curtida por la vida y los años, pero por sobre todo, por la acumulación de experiencias y dolores que le han compartido y contra los que ayudó a lidiar. La pensó joven y hermosa. La imaginó renegando de los mandatos sociales y por ende, quedándose sola defendiendo sus derechos en la prepotencia de un pueblo chico. Y eso la hizo poderosa. Y eso es lo que la convirtió en la matrona y dueña de las verdades, aquella a la que acuden hombres y mujeres en busca de sus sabias respuestas.

- ¿Qué te trae por acá?- preguntó

- Buenos días, señora… -dije con firmeza- soy reportera de la Revista ¡Habráse visto! y mi editor me envió a averiguar lo que hay detrás de la lectura y las mariposas de la plaza principal.

- ¡Ahá!

- Me dijeron que ud. puede ayudarme. Que es muy sabia y podría darme alguna pista para que yo pueda entender este fenómeno y hacérselo conocer a mis lectores- dije tratando de conquistarla.

- ¡Mirá!- me respondió levantando levemente la cabeza en un gesto inequívoco sobrador.

- No vengo acá para burlarme de Uds., solo me interesa saber acerca de este prodigio que se conoce en todo el país- dije un tanto nerviosa.

- ¡Jhm…!- hizo un leve movimiento de cabeza hacia atrás al tiempo que emitía el sonido.

- Es que si no me ayuda, ya no sé a quién acudir.

Pocha me miró como interrogándome, se levantó lentamente y se fue por una puerta trasera. Pensé que la entrevista había terminado. No sabía si irme o quedarme. Me sentí incómoda y perdida. Coloqué mis manos juntas sobre la cartera que tenía apoyada en el regazo. Esperé unos minutos y decidí retirarme. Cuando me puse de pie, vi a la mujer entrando nuevamente a la sala.

- ¡Vení! - me dijo, haciéndome pasar a su cocina.

Ese lugar no se parecía en nada a la habitación en que habíamos estado. Era hermoso, reluciente. Lleno de color y luz. Con amplios ventanales y mucho verde y flores, tanto en el interior como en el jardín que se dejaba ver a través del vidrio. Todo lo que allí había estaba ordenado y muy limpio. Amorosamente acomodado en sus repisas, con puntillas tejidas adornando los bordes. No lo hubiera imaginado. No, habiendo visto la recepción. “Esta mujer está llena de sorpresas”, pensé.

- Sentate y tomemos un mate. ¿Porque tomás mate, no?

No me atreví a decirle que no tomaba mate con extraños. Después de todo, no había comido nada desde el frugal desayuno y una infusión caliente no me vendría nada mal. Sobre todo, si venía acompañado de las respuestas que esperaba.

- ¿Oíste hablar del Santi, vos? – dijo con un tono que más parecía un látigo que una pregunta- ¿nadie te contó?

- No

- El Santi es el mentiroso del pueblo. ¡Terriblemente mentiroso! Nadie le creía nada. Digo le creía, porque desde lo de las gallinas la cosa cambió.

- ¿Gallinas?

- Si. Porque él mentía y mentía, pero un día contó que unas gallinas gigantes lo persiguieron, y todos nos burlamos, y resulta que era cierto. Se habían escapado de un laboratorio. La cosa es que desde ese día empezamos a escucharlo más.

- ¿Y por qué me cuenta eso?

- Porque ahí empezó la cosa… Santi es el que vio a la primera santa en la plaza escuchando cómo leía el Nicolás.

- Perdón. No entiendo.

- El Nico era el hijo de la Eusebia. Una santa. ¡Más buena que Lasi! A nadie le negaba nada. Hasta que un día el marido la encontró con uno de los viajantes y por más que le explicó que el hombre no tenía dónde pasar la noche, el marido la reventó y la convirtió en santa - contaba la anécdota muerta de risa. Las lágrimas de las carcajadas se mezclaban con el mate en una sinfonía horrenda de humor y muerte. Y siguió – el Nico era uno de sus hijos. Gran lector. Y como había quedado solo y el padre preso, se escapaba de lo de los Pereira que lo cuidaban, yendo a leer a la plaza.

- ¡Ah!

- Y ahí dijo Santi que la vio. Escuchando como el hijo leía en voz alta para escucharse a sí mismo. ¡Le encantaba escucharse cuando leía! ¡Y ahí empezó! Después de la Eusebia, otros comenzaron a ver sus muertos dando vueltas por la plaza y nadie se atrevió a contradecir a los difuntos, y mucho menos a no tratarlos de santos. Desde ese día se lee para ellos y las maestras organizan esas salidas para que los nietos entretengan a sus abuelos y los hijos a sus padres…

- ¡Qué bárbaro! Pero, ¿es cierto?

La mujer hizo un gesto de duda levantando los brazos y los hombros mientras miraba el techo y fruncía el ceño.

¿Pero qué tienen que ver las mariposas?

- ¡Ah, no! Esa es otra historia mucho más terrenal. De eso se ocupó el farmacéutico.

- ¿El farmacéutico?

- Si. Hace un par de años hubo una peste de piojos. De todos tamaños… En todas las cabezas del pueblo. Fue el año de las inundaciones, por lo que ningún camión ni proveedor podía llegar al lugar. Entonces, inventó un jugo mata liendres y como no sabía qué más ponerle para que no oliera tan mal, le mezcló esencia de azahares y miel de abejas. Pero esto, esto sí que es un secreto.

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