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LAS FORMAS DEL INVIERNO

Homenaje a Horacio González. Presente.


La fría humedad del invierno bonaerense se apoderó de mi jardín. Las flores cedieron al impasible transcurrir de los días oscuros y nublados. Los colores se opacaron ante los grises y marrones que acaparan las desnudas ramas de los árboles. Incoherencia del clima. A más frío, más desnudez. ¿No debería ser distinto?

Miro por la ventana y veo pasar a la gente abrigada. Caminando rápido para llegar a algún lugar en que protegerse, sentirse a salvo, no ser avasallados por el gélido día que sobreviene sobre sus cuerpos.

La radio acompaña mi pesadumbre. Los sonidos de un hablante hoy fallecido, que dejó desnudos y abandonados tantos libros de una biblioteca que lo vio acompañarlos. Siento una soledad inconfesable de una ausencia que no sentí con tanta presencia como ahora que no está. Su voz estalla en mis oídos reflexionando como acordes democráticos cuyas verdades punzan la realidad existente.

Me siento sola y abandonada por quien nunca estuvo a mi lado, y sin embargo estuvo. Por quien abrazó las letras con la misma pasión que las aulas vieron transitar sus pasos.

La forma en que el frío me trae su ausencia, es la forma del sentir. Es la forma de la tristeza que se hace angustia ante tanta muerte sin sentido en soledad. Es la forma en que la esperanza se centra en una jeringa que traerá la respuesta. ¿Es que, quizás, esperamos la fórmula mágica de la vida eterna en un frasquito a menos tantos grados? ¿es que la soledad de la muerte nos angustia tanto que tememos más a ella que a la muerte misma? ¿Qué demonios mueven nuestros miedos helados?

Así el día se transforma en tarde y la tarde en noche y la noche en día.

Así. En ese transcurrir por mi ventana, veo la yema de un brote anidando en el rosal a la espera del calor que la abra al mundo para brindarnos la belleza y el perfume de la vida al sol.

Así la vida se abre lugar en la muerte.

Así

Así


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