Inspirada en la obra de Josef Forster (1916)
Ella soñaba su vida en altura. Estaba cansada de la chatura y la vista plana, del mundo plano, de su plana vida.
Planamente veía pasar el mundo chato con que a diario enfrentaba su existencia. El límite de su horizonte estaba marcado por el alcance de su rectificada vista.
Todo se desarrollaba a un metro de altura. Veía a la gente hasta su cintura, o un poco más, si se trataba de alguien pequeño. Se incomodaba mucho si alguna persona alta se acercaba demasiado, pues su vista quedaba inmóvil sobre pecaminosos lugares con pecaminosos pensamientos.
Fueron transcurriendo los años y fueron creciendo sus sueños. Sueños de altura. Altura para entender, altura para mirar, altura para volar.
Un día, se despertó chata como cada mañana, la vistieron, la peinaron, la embellecieron y la llevaron al living donde encontró que se había colocado una gran mesa horizontal con manjares que su vista podía alcanzar. Decorados con jazmines y canastillas con caramelos. Rosas rosas y rosados lazos, que acompasaban sus rosados cachetes quinceañeros.
Se ruborizó y estalló de ira interior, intentando que su furia no lastimara a quien a diario se empecinaba en que su plano subsistir no tuviera fantasías en las que pensar. Esbozó una sonrisa recta que se forjó en paralelo a sus cejas, que no se elevaron para no desacomodar el cuadro general existente.
Una pequeña y chata torta lucía sus quince velas encendidas, mientras un chato moño rosa hacía de decorado sobre el mazapán blanco. Ella miraba asombrada cómo todos los presentes festejaban la vida que ella odiaba. Miraba y sollozaba. La angustia acumulada de tantas tristezas dejaban entrever a la mujer en ciernes.
No eran muchos los que estaban esa mañana, los suficientes para hacerla sentir princesa de un castillo en que estaba encerrada. Castillo al fin, pero con una mazmorra metálica que la aprisionaba y del que nadie hablaba.
Sus ojos saladamente azabaches se cerraron un instante, para dejar fluir desde su mente aquel deseo inquietante que noche tras noche esperaba. Hizo un gesto con la boca que todos los presentes comprendieron y cantaron y vivaron la juventud de esa niña, que nadie pensaba ver a esta altura de su vida.
Entonces sucedió el milagro y así, su prisión rodante, se estiró y ante el asombro, le dio piernas con qué levantarse… Metálicas, duras, fuertes, inquebrantables.
Primero se elevó en la habitación, viendo las caras familiares, pero sin que las mismas tuvieran que agacharse para poder hablarles. Vio sus cabellos atados, los colores de sus tintes, los adornos de sus pieles. Y vio más allá de la ventana cerrada. Vio las nubes y los pájaros, y los árboles y mariposas. La deslumbraron los campos, las orillas de los mares, los marrones de los ríos de llanura y las transparentes aguas de montaña. Y pasó por los glaciares, y visitó otros lugares. Jugó con conejos, se deslizó por manglares y persiguió tantos sueños. Visitó volcanes, islas, cuevas. Durmió con pumas y alondras.
Dicen los que allí estuvieron que cuando la vieron salir volando un viento fuerte se desató llevándose todo lo que a ella pertenecía...
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