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La nueva

Entro y me dirijo directamente a la máquina que provee el número para ser admitida en el servicio.

Hay delante otra máquina que dice “nuevo sistema”. Pero no funciona.

No encuentro la de siempre. La que conozco. Me desconcierta.

Unos cuantos pacientes que están allí me indican que está detrás. Y se ríen. Y yo también me río por no haber mirado bien.

En las sillas hay todo tipo de personas: las que compartieron conmigo la quimioterapia, otras que veo por primera vez. Gente mayor que yo. Embarazadas esperanzadas. Esposos asustados por la llegada inminente.

Hice el trámite y espero que se desocupe un asiento lejos de la mayoría de los pacientes, pues tengo mucha tos y soy conciente que los que esperan están como yo hace unos meses: con las defensas bajas y proclives de contagios.

Mientras tanto, me entretengo con el celular.

De pronto, se acerca ella.

La había visto. Con su vestido marrón, su cara de susto y su bolsa con todos los estudios que la iniciaban en este nuevo ritmo de la oncología.

- ¿Te puedo interrumpir?

- Si. Por supuesto

- Empiezo quimioterapia- me dijo en un torbellino de sonidos que querían salir todos juntos, superpuestos y enredados en la ansiedad, el temor y la angustia del desconocimiento.

Esta mujer tenía mil preguntas que no se animaba a hacer o hacerse porque quizás, aún no habían tomado la forma adecuada en sus pensamientos.

Estaba en la etapa que todos pasamos: búsqueda incansable de información en fuentes no del todo confiables, preguntas a cuántas personas encuentre, lecturas apasionadas de materiales que la sociedad y las empresas editoras instalan como valederos.

Intenté darle un poco de la tranquilidad que el tiempo me trajo.

- No tengas miedo- le dije. – las cosas no son tan “así” como las pintan en las películas. Vas a tener algún inconveniente, alguna molestia. Pero no tanto como te muestran. Y las enfermeras, te cuidan, te quieren, te miman.

Seguimos charlando por un largo rato. Todo el tiempo de espera para entrar al consultorio.

Mi intención fue transmitirle sosiego. No por cumplir, sino porque realmente creo que debe tenerlo.

Porque la enfermedad ya está. Ahora no hay que dejarse vencer por ella.

Hay que vivir. Hay que disfrutar. Hay que enfrentar y ser fuerte.

Pero, por sobre todo, hay que saber que es un etapa que va a pasar.

¿Dura? Si. Dura. Pero pasa… y deja huella. La más importante: valorar aún más lo que tenemos.

La invité a leerme.

Si lo hace va a encontrarse aquí. En este relato.

Y yo lo escribo para que ella lo lea, porque es hora de enfrentar con valentía esto que nos tocó y saber que no estamos solos. Que somos muchos y que cada uno cuenta con los otros.

Y que acá estoy. En estas letras y en la vida.

Podés llamarme.

Te estoy esperando…

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