Ese día nos despertamos un poquito más temprano que otros porque teníamos una excursión… ¡menos mal! Con tanta cuarentena, ya ni me iba a acordar cómo es jugar con otras nenas. Mi papá nos preparó la leche, y mi mamá, armó la merienda que vamos a llevar al paseo. Mi hermano ya se levantó. También va a ir, pero con otro grupo, el de los más grandes. Mientras tanto, yo hacía fiaca en la cama y hablaba por teléfono con una de mis abuelas. Hace tanto que no las veo… quiero que vengan ahora, pero me explica que no puede, que hay que esperar que esté la vacuna y entonces, se viene volando como un rayo a estar con nosotros…
Ya nos vamos. Está todo preparado para ir a la excursión con la colonia… todo el día, hasta la tarde.
¡Qué lindo que estuvo! Le contamos a papá y a mamá durante el viaje todo lo que hicimos. Lo pasamos muy bien: jugamos, trepamos, caminamos, cantamos… vi a mis amigas y a las amigas de mi hermana… y lo mejor fue que llegamos a casa y ¡habían instalado una bañera!
Relinda… blanca… de hierro. La compraron usada en una casa en que cambiaron todo el baño. Viejísima. Como mil años, o veinte, o cuatro, viejísima.
Primero se bañó mi hermano. Es el más grande y siempre lo dejan a él primero. Pero con mi hermana nos bañamos juntas. Para eso somos gemelas. Y estuvo buenísimo… Una contaba hasta nueve, un montón, y la otra con la nariz tapada tenía que aguantar abajo del agua. ¡Re-difícil! Y llevamos montones de juguetes y nadamos y todo. Jugábamos a mirarnos en el agua y éramos cuatro… jajajaja… como en un espejo… ¡las cuatro iguales! Muy divertido.
La verdad es que nos cansamos mucho, pero como era el cumpleaños del tío, nos pusimos muy lindas y fuimos a saludarlo. Estaban los primos y la pasamos muy bien… pero nos dormimos porque habíamos hecho muchas cosas ese día. Mamá nos lee cuentos todas las noches, pero esa noche no lo hizo porque no dábamos más. Y mi hermano, que se queda con nosotras porque a él también le gusta que le lean, se fue a su camita a su pieza, porque también se durmió durante la fiesta.
La cosa es que estaba durmiendo y sentí un ruido: ¡Chap! ¡chap! ¡Chap! ¡Glu! ¡Glu! ¡Paf!
Abrí los ojos y traté de escuchar. ¡Chap! ¡chap! ¡Glu! ¡Glu! ¡Clap! ¡Ploc! ¡Zaf!
Si. Había un ruido y venía del baño de abajo. Ruido de agua.
Pensé que sería un sapito, pero seguía el ruido. La desperté a mi hermana que dormía en la cama de arriba. Escuchamos las dos. ¡Un miedo…! Empezamos a llamar:
- ¡Má! ¡Má! ¡Mami! ¡Mamá! - Nada.
- ¡Pá! ¡Papá! ¡Papi! - Nada tampoco.
Salimos de la cama tomadas de la mano, como cada vez que algo no nos gusta, y nos fuimos a la pieza de mamá y papá.
- ¡Má! ¡Má! ¡Mami! ¡Mamá! - dije yo
- ¡Pá! ¡Papá! ¡Papi! - dijo mi hermana.
No escuchaban. Pasamos a la rutina diaria: nos subimos a la cama, nos pusimos en el medio y comenzamos a pedir.
- Quiero agua
- Me hago pis
- Tuve una pesadilla
- Tengo miedo
Por nada del mundo nos oían. ¿Y ahora?
- A buscar a Fidel.
Mi hermano estaba re-dormido. La boca abierta. La mano colgando de la cama. La luz del velador encendida, Valiente, el gatito, al lado en la cama que le hizo con un cajón y el Invizimals Panda abrazado fuerte con la otra mano.
- ¡Eh! Hay ruidos… abajo…
- ¿Mmmmmmmmmmmm…?
- Hay ruidos abajo- le dijeron a coro sacudiéndolo.
Mi hermano se despertó y se puso a escuchar.
- Es cierto- dijo muerto de miedo. Pero defender a las chicas era más importante que su temblor.
- ¡Má! - gritó- Las chicas y yo escuchamos ruidos abajo
- ¡Máaaa…! ¡Páaa…!
- ¿Qué hacemos? - le preguntamos a dúo
En tono misterioso, valiente y decidido, se levantó de la cama y les dijo a las hermanas que iba a ir a ver. Encendió una linterna que siempre tiene en su mesita de luz (no sé por qué no encendió la luz que era más fácil) y se fue para la escalera… ¡Crac-crac! Hacían los escalones mientras él los pisaba para bajar… ¡Crac-Crac! ¡Crac-crac! Hacían los escalones mientras nosotras dos los bajábamos de la mano.
- Quédense atrás mío- nos dijo con tono protector…
Fuimos hasta el baño. Abrimos la puerta despacio y sentimos: ¡Tic! ¡Tic! ¡Tic! Pasitos mojados que corrían. Encendimos la luz y Fidel apuntó con la linterna: no había nada. La bañera estaba vacía, y no se veían pasos por ningún lado. Temblábamos de miedo. Nos fuimos a la pieza. Nos quedamos los tres juntos en la misma cama. No nos podíamos dormir. Nos tapamos las cabezas con las mantas y, se ve que al final nos dormimos.
A la mañana nos levantaron para tomar la leche, y los tres a borbotones, intentamos contarles lo que nos había pasado. Fidel mostraba con la linterna cómo bajaba la escalera, mi hermana cómo sacudía a papá, yo que le pedía a mamá agua, pis, y de todo.
Ellos nos escuchaban, pero se notaba que hacían un esfuerzo para no reírse. Al final nos convencieron que habíamos soñado. Igual era raro ¿soñar los tres lo mismo?
Pasó el día y no nos acordamos más, porque entre andar en bicicleta, jugar en la cama elástica de la prima y los jueguitos de la play, lo que menos pensamos es en la bañera.
Pero… llegó la noche, y con ella el silencio. Hasta que ¡plim! ¡plaf! ¡Pluf!, otra vez los ruidos de agua comenzaron a repetirse.
Esta vez nuestros papás estaban despiertos. Mamá se puso pálida de miedo. Papá también, pero disimulaba. Los papás creen que no tienen que mostrar miedo. Encendió la luz de la escalera, y después la luz del comedor, y la de la cocina, hasta que llegó al baño. ¡Tic! ¡Clic! ¡Chap! ¡Glup!
Cuando abrió la puerta del baño: no había nada. Pero esta vez la bañera tenía agua y se iba vaciando de a poco…
Fidel llegó por atrás a mirar. Mamá lo agarró de la espalda y se quedó teniéndolo muy fuerte, los dos protegidos por el cuerpo de papá. Mi hermana se abrazó a mamá y se escondía apretándose fuerte, y yo, asomé mi cabeza por entre las piernas de papá. El gato, lloraba aprovechando que estábamos todos levantados, y nos pidió comida y mimo. Nada se veía, pero se seguían oyendo los pasitos mojados.
De pronto la vimos, allí, acurrucada debajo de la bañera, estaba ella: un hadita estaba tratando de protegerse de nosotros. Me deslumbró lo linda que era…
A mi mamá le dio mucha ternura. Déjenme a mi- dijo- y se agachó hablándole con ese tono tan dulce que tiene cuando nos hace mimos a nosotras y nos lee un cuento.
El hada primero la miró. Era tan hermosa, tan brillante… La dejó acercarse. Le hizo una mueca que podía haber sido una sonrisa, y cuando mamá estiró la mano para agarrarla despacito y para hacerle saber cuánto la íbamos a cuidar, el hada abrió su boca llena de afilados dientes y le mordió el dedo índice de la mano derecha.
Mamá dio un grito, de dolor y de sorpresa.
- ¡Qué hada de porquería! - dijo - ¿A vos te parece que tenés que andar mordiendo a la gente? – siguió reprochándole mientras saltaba por el baño de bronca.
La verdad es que tenía el dedo hinchado y colorado, pero a papá le dio un ataque de risa. No podía parar. Se agarró de la pared para no caerse y las carcajadas se deben haber oído desde el lago. Fidel se tentó y también se reía. Mi hermana y yo, dejamos la protección de mamá y, por las dudas, nos agarramos de papá y de Fidel, pero enojadas y retando también al hada por haber mordido porque si.
Mientras tanto, mamá no sabía qué hacer con el hada. La tenía en una mano, mientras se soplaba el dedo que le ardía en la otra. Se reía y al mismo tiempo la retaba como si fuera una nena. El hada, estaba cada vez más colorada.
- ¡Mirá lo enojada que está! – decía mi papá.
- ¡Si! ¡Re-enojada! – decía Fidel.
Pero la verdad era muy distinta. Mientras el dedo ardía y la risa invadía el ambiente, la mano de mi mamá se había ido cerrando alrededor del cuello de la diminuta invasora. Más se reía, más apretaba.
El hada iba cambiando de color: rojo tomate, rojo manzana, rojo mora, rojo … cuando casi llega al morado arándano, mamá aflojó la mano. La mordedora diminuta resoplaba respirando, las alitas todavía mojadas y una mirada furiosa que, si no hubiera sido tan chiquita, hubiera hecho temblar de miedo a cualquiera.
Nos fuimos a sentar a la cocina y la invitamos también a ella a conversar con nosotros. Nos contó que hace muchos años había quedado encerrada en el caño de la bañera que compramos. Había ido a conocer a la familia que vivía en esa otra casa y le gustó vivir con ellos. Se quedó varios días, hasta que no sabe cómo quedó encerrada. Por eso cuando ellos habían cambiado los drenajes de la bañera pudo salir, pero estaba tan sucia que quiso darse un baño. O dos, porque uno no le había alcanzado. Dio una vuelta volando por la casa. Vio los juguetes tejidos que teníamos en las piezas. Le gustaron nuestros murales en las paredes, los libros de la biblioteca, la estufa que fabrica papá... ¡Me quedo acá! – nos dijo.
Nos miramos todos sorprendidos y contentos. ¡Un hada solo para nosotros! Y ahí empezó nuestro calvario, porque el hada era muy exigente. Nada le venía bien: que queso chédar, que miel pura, que el agua está fría, que el agua está caliente.
- ¡Hace frío, prendan la estufa!
- ¡Hace mucho calor, apáguenla!
Eran algunos de los comentarios que hacía mientras a cada rato llenaba la bañera y se metía adentro a tomar un jugo de miel en vasito dorado que había encontrado en la alacena, y una pajita hecha con el tallito de un diente de león, mientras nos amenazaba con mordernos si no cumplíamos.
Poco a poco nos fuimos dando cuenta que no era tan copado tener un hada en casa y entendimos que no era que había quedado encerrada, sino que la habían metido en la cañería para no verla más.
Un día Fidel se cansó y le dijo a papá que la tenían que sacar de la casa. Mientras se bañaba, uno le hablaba distrayéndola, y el otro la metió en un frasco al que le habían hecho agujeritos para que pudiera respirar. Salieron corriendo con ella encerrada y la llevaron bien lejos al medio del bosque, a orillas del lago Gutiérrez, por donde está la Cascada de los duendes.
Dicen los que van a la playita, que de vez en cuando alguien encuentra un hada que se llevan para que les cuide la casa. También dicen en el barrio que a los pocos días, aparece de nuevo entre los árboles.
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