Se levanta temprano, como de costumbre, pero no enciende la luz. Intenta no hacer ruidos. Sabe muy bien que si la siguieron ya conocen su paradero, pero confía en su capacidad histórica de desorientar a quienes intentaron hacerlo. Siempre fue buena para eso.
Se acerca a la ventana. No hay movimientos de ninguna clase que delaten presencias extrañas.
Abre la caja fuerte y saca el paquete que había guardado la noche anterior.
Revisa concienzudamente cada uno de los documentos que contenía. Separa el pasaporte que había usado para ingresar al país y lo quema en el cenicero.
Se sienta a mirar cómo los colores de la llama van cambiando: rojo, azul, morado, amarillo, verde. Piensa en esos cambios, tantos como ella de nacionalidades.
Se deshace de las cenizas tirándolas por el inodoro y dejando correr el agua.
Se siente triste. La entrenaron para esto, pero siempre puede haber una falla. Una larga carrera para llegar a este lugar. Una decisión que la deja sola en la vida. Sola y expuesta.
Sabe muy bien que fue su elección y que el amor no es parte de esta tarea.
Ella debe enamorar pero no enamorarse. Debe ser anzuelo, pero jamás ser parte de la pesca.
Se lo explicaron mil veces. Lo actuó mil veces. Lo entendió mil veces.
Pero siempre existe la posibilidad de un error.
Lo sabe y lo supo.
Él era distinto.
Cuando lo vio entendió que no iba a poder resistirse. Representaba todo lo que siempre había pensado que tenía que ser un hombre: inteligente, gentil, amable, educado, risueño.
Cuando le dijeron que era el objetivo pensó que moriría. Pero su misión era importante. De ella dependía el éxito de los cohetes V2. De ella y de la información que recabara de este personaje.
Se dijo a sí misma que iba a poder hacerlo, y se entregó a la tarea y al amor con la misma pasión.
Consiguió los datos que eran necesarios, y también la paz y tranquilidad de saberse querida.
Compartió momentos únicos, horas inolvidables, hermosas, amó y fue amada. Cedió su tranquilidad y también su futuro.
Pasearon, cenaron, amaron, durmieron.
Tanta fue su entrega que olvidó quién era y para qué estaba.
Y aquí está ahora, sentada frente al ventanal recordándolo en su último respiro.
No debió haber pasado nunca la noche entera con él.
Todavía ve su mirada de horror cuando le dijo, después de desayunar, que había hablado en alemán durante la noche.
Todavía ve la trayectoria de esa mirada desde la pistola que tenía en su mano hasta la bala que dio en su pecho.
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