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Leyenda

En el pueblo se discute siempre acerca de la verdadera historia. Que si fue una explosión, que si fue un grito de un animal, que si fue una nave extraterreste.

Sin embargo, pocos conocen el verdadero origen de la historia

Yo la sé, porque me la contó mi abuela. Y a ella le creo, porque fue la protagonista, y porque aún se recuerda en el pueblo ese día que ensordeció a todos…

Corría el siglo 21…

Las economías mundiales florecían en pocos bolsillos, mientras la mayoría de los pueblos iban dejando su humanidad en la lucha por la supervivencia y el deseo de identificarse con los poderosos…

Unas pocas familias en el mundo, eran dueñas de la gran mayoría de las riquezas… los países se endeudaban para poder enfrentar a las grandes corporaciones (cuyos dueños eran esas familias minoritarias) y quedaban enredados en una maraña que cada vez los ajustaba más y los asfixiaba en círculos de los que resultaba casi imposible salir.

Balsas con gente desesperada se desplazaban hacia tierras de promesas, encontrando muros y desprecios en las fronteras cerradas…

Los nietos de los primeros inmigrantes que se trasladaron desde sus miserias hacia otros países, intentaban volver a esos orígenes sin ser aceptados.

En ese contexto apareció una enfermedad para la que no hubo respuestas…

La tecnología, los viajes al espacio, las máquinas sofisticadas, las comunicaciones globales, los grandes negociados: nada de eso pudo contra ese virus.

Las personas vivieron aisladas durante muchos meses. La vida del mundo cambió. Ya nada fue lo que era.

Solos. Dentro de sus casas. Mirando a veces por una ventana, o saliendo a los balcones. Siempre desconfiando que el virus pudiera filtrarse por algún rincón sin permiso.

Nada de lo existente podía con él.

Las naciones ricas, capaces de hacer guerras multimillonarias e invadir países o voltear gobiernos, no contaban con la infraestructura y las camas o respiradores suficientes para atender a sus enfermos.

La gente moría de a miles por día… nadie podía o sabía hacer nada… los científicos buscaban la cura, pero era indestructible, inimaginablemente fuerte…

Y allí, en esos encierros que se iban prolongando en una cuarentena eterna, allí sucedió lo que sucedió.

Era un matrimonio mayor. No tan mayor, pero sí lo suficiente para ser el “objetivo” de este virus, que casualmente, atacaba a la gente de más de 60 años. Esa con la que se había dicho que algo había que hacer porque cada vez eran más y generaban mucho gasto a las economías mundiales.

Cuando comenzó la cuarentena, todo parecía tranquilo. Normal.

Ella lo miraba y se reía.

Él amaba usar el celular. Lo tenía siempre encendido. Siempre en su mano. El celular y su esposo eran uno solo. Iba a todos lados con él: cuando comía, cuando se aseaba, cuando dormía. Hasta había conseguido un lugar en la cama matrimonial, en el medio, como cuando los niños pequeños se filtran en las camas de sus padres.

Ella siempre le decía que ya se había convertido en parte de su cuerpo, de su anatomía. Una extensión de su brazo izquierdo funcionando con el derecho.

- Y bueno- pensaba- hay que tener paciencia. Estamos encerrados. ¡Qué mal puede hacer con eso!

Pero los días pasaban.

A él le gustaba gritar. Gritaba en broma… No gritaba enojado. Eso no. Gritaba para divertirse: gritaba por teléfono… gritaba imitando a otros… gritaba para reírse… gritaba para escucharse.

¡Sí! ¡Para escucharse! Porque él enviaba mensajes de audio y luego se escuchaba una y otra vez… Y se reía de sus dichos, o se contradecía, o afirmaba.

Ella esperaba. Esperaba que alguna vez se callara. Que la voz se acabara o quedara atrapada entre las cuerdas vocales sin salir al exterior.

Y seguían pasando los días.

La soledad del encierro fue cercenando la tranquilidad de los primeros días.

Ella lo miraba. Pensando si nunca se cansaría.

Eran dos, pero estaba sola.

- No- pensó- somos tres en esta casa: mi esposo, el celular y yo

Los audios fueron transformándose en imitaciones de relatores de fútbol.

Relatos que se enviaban a los amigos, pero que también acompañaban los desayunos, los preparativos de cualquier índole, los almuerzos, las cenas, las meriendas… ¡La vida encerrados!

Más días pasaban, más partidos se relataban. Partidos de fútbol, pero también otros relatos, modo fútbol

- ¡Y ahí viene el delantero, Zabaterelli! ¡Se acerca al huevo! ¡Y se mete en la fuente revolcándose para pasar al pan rallado! ¡La milanesa está lista! ¡Y se cocina…! ¡Se cocina…! ¡Se cocina…! ¡Y se cocinóooooo….!

A los gritos. Como es su costumbre.

Y ella fue juntando presión. Como las ollas, pero sin el silbido del escape necesario para que la tapa no salte.

Una mañana, a ella le dolía la cabeza, y durmió un poco más que de costumbre.

Se despertó y, como cada mañana, se dirigió a la cocina, donde él la esperaba cariñosamente para compartir un mate.

Sin embargo, no era un día corriente…

Ella caminó y entonces…

- ¡Y ahí viene! Se dirige despacio hacia la cocina. Toma el mate. Lo lleva a su boca.. .y lo toma, lo toma, lo toma y lo tomó... ¡Sí señores! Acá Zabatarelli la ve tomar el mate…

Se la ve enojada…

- Los jugadores se desplazan hacia atrás. La cara asusta al oponente que intenta esquivar el enojo… Se va poniendo roja la cara de la señora… se pone morada… Se va transformando…

Y allí sucedió… La tapa, que ella estuvo sosteniendo en su lugar, estalló en un rugido

Cuentan que el grito fue tan tan fuerte que estallaron los vidrios de las ventanas, los vasos en las alacenas, las vidrieras de los negocios…

Y se siguió expandiendo arrasando con ramas de árboles y se paralizaron los pajaritos en el aire…

Y los perros que aullaron cuando empezó, se callaron de golpe por miedo a lo que parecía un reto…

Y los viejos medio sordos ese día escucharon, porque se les destaparon los oídos.

Los chicos enmudecieron de miedo, las madres abrazaron a sus hijos, los padres protegieron las ventanas.

Los pocos autos que circulaban por las calles, pararon de golpe.

Dicen que los helicópteros que patrullaban la zona para evitar el desplazamiento de gente por la calle, podían señalar una marca como si una bomba expansiva hubiera explotado en esa zona.

Y la cuarentena duró mucho tiempo más…

Cuenta mi abuela, que desde ese día volvieron a ser dos en la casa y en la cama…

Todavía estamos buscando ese celular…

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