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Guerra de Carnaval

- Entonces: no se le tira agua al que no está jugando

- 3. No usan bombitas porque cuando golpean contra el cuerpo, duelen

- 4…

Me encantaba escuchar a mi papá cuando nos sentaba en el porche a la tarde para jugar. Mis amigos no se perdían ni una…

- 7. No se metan con los grandes, a no ser que los grandes quieran jugar con uds. y se lo hagan saber

- 8. Si ven a alguien bien vestido, nena o nene, porque ya se cambió o porque se va a pasear, no se le tira agua.

- 9. No mezclan barro. Eso es muy feo

Las tardes con mi papá eran geniales. Volvía con el taxi y enseguida se sentaba con nosotros. Josecito, Ricardo, Eduardo, el hijo del colchonero, todos sentados al lado mío a jugar con él. Pero a mi me gustaba mucho más cuando nos íbamos solos al patiecito del fondo a pensar cómo iba a ser nuestra casa rodante para conocer el país.

- 10. ¿Quedó claro, no? Porque mañana arrancamos con el carnaval. Pero falta una última cosa. Esperenme acá…

Y entró a la casa de la que salió con un balde de agua con el que nos mojó bien mojados, mientras esperábamos que nos siguiera dando consejos.

Así era mi papá.

Al otro día, cuando volvió con el taxi más temprano que de costumbre. Se cambió. Preparó sus bártulos y fue a llamar a la vecina de enfrente, Nelly. La mamá de mis amigos.

Nelly abrió la puerta, media dormida a pesar de la hora. Ella era ama de casa, como bien correspondía por esas épocas. Siempre con el mismo batón. Las mismas ojotas. La misma cara de descontento. Pero dispuesta a sumarse a cualquier “joda” que se le propusiera.

Él golpeó la puerta. Nelly abrió. El baldazo cayó sobre su cabeza lentamente, sin violencia. Mojando su cuerpo acompasadamente, de una vez. La puteada y la carcajada no se hicieron esperar. Sonaron juntas. – Ya va a ver, Don García. Esta me la paga- dijo entre risas y disimulando un disgusto que nada tenía que ver con su gesto de contento.

La guerra de carnaval había empezado. Siempre mi viejo era el que daba el puntapié inicial cuando llegaba la fecha.

En pocos minutos la cuadra se llenó de baldes, hombres, mujeres y nosotros, los chicos, corriéndonos y riéndonos entre baldazo y baldazo.

Estuvimos muchas horas. Nadie escapó a la mojadura obligatoria.

Al otro día, mi papá se fue muy temprano, como siempre. Cuando volvió, las señoras de la cuadra agrupadas detrás de Nelly, lo estaban esperando en perfecta formación.

Él bajó lentamente del auto. Se le notaba en la cara que había planeado alguna picardía. Lo conocíamos bien. Nelly lo conocía bien. Sabía que iba a hacer algo que las desconcertara. Pero no lo pudieron evitar. Nadie podía adivinar qué pasaba por esa cabeza siempre dispuesta a pasar un buen rato.

Se puso serio. Les dijo que lo dejaran sacar los documentos de la ropa. Y la camperita que tenía puesta. Y los zapatos, porque no tenía otros.

Las vecinas se enternecieron ante este pedido.

- ¡Pí!- la llamó a mi mamá (él la llamaba “Pibita”)- ¡Pí! ¡Teneme todo esto que las señoras quieren venganza!

Mi mamá muerta de risa salió de la casa. Creo que sabía lo que le habían preparado. Tomó las cosas en sus manos, y, en un segundo de descuido, mi viejo salió corriendo para el fondo de la casa perseguido por todas las mujeres, incluso por mi mamá. ¡Y yo! ¡Obviamente!

Corrió esquivando señoras, esquivando al perro, esquivando al auto, esquivando a mi abuela que estaba de visita. Y así como estaba, vestido, sin zapatos y sin documentos, se zambulló en la piletita de lona que tenía la familia y que tanto disfrutábamos.

Salió tan empapado y tan muerto de risa, que desconcertó a todas las que vieron frustada su sed de venganza carnaveril.

Igual le tiraron todos los baldes de agua encima. Pero Don García, sintió el triunfo húmedo de otro carnaval en que la fiesta, la organizaba él.

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