Hace unos días me pregunto por qué no escribo. No puedo escribir. No salen las palabras, no encuentro los motivos.
El sábado descubrí algún tipo de respuesta…
Mi hermana nos invitó a ver un show de flamenco. Desde que enfermé, creo que es la tercera o cuarta salida pública que hago. En más de un año…
Pasaron a buscarnos por casa, como tantas otras veces. Pero para mi, ésta era distinta.
Yo me senté atrás. A escuchar y disfrutar la charla que se desarrollaba.
Miraba a mi cuñado que manejaba. Ese hombre detrás del volante, al que conozco desde siempre… ¿Cuánto? ¿50 años? ¿Más? ¡Una vida!
Él manejaba y yo lo miraba.
Y sentí un profundo respeto por él. No en ese momento, sino algo que viene desde el fondo de nuestros tiempos juntos. De mi niñez, de mi adolescencia y juventud. De su solidaridad y el tiempo de calidad que me brindó siempre. De un hermano, no de un cuñado.
Y ahora esta salida…
Y sentí que estaba de nuevo viva. Viva no de vivir, sino VIVA, de disfrutar la VIDA
……………..
Y charlando y disfrutando la noche, llegamos al lugar indicado. ¿Un club privado? ¿un gimnasio? ¿un poco de todo? Así parece
Estamos sentados en la mesa del fondo. Más lejos, sería afuera. Cosas de no ser “de la casa”, como dice la gente…
De pronto sale la bailaora… y cantan los cantaores…
Se encienden luces coloridas y repican los zapateos.
Y disfruto yo… con gente que amo y reconozco como mía.
Ya habíamos tomado cerveza negra, y cerveza blanca, y saboreado una rica picadita, cuando de repente veo a los hombres de esta mesa levantarse al llamado de la música…
Un rayo mágico parece haberlos tocado… y comienzan a moverse acompasadamente y en espejo. Uno frente al otro…
Un brazo se levanta y se erige firme y levemente inclinado, como marcando una curvatura entre el hombro y la parte superior de la cabeza. En paralelo a ésta. Sin tocarla.
El otro, a la altura de la cintura, con un gracioso movimiento hacia adelante, también curvado.
Las manos haciendo arabescos suaves, tiernos y a la vez fuertes, marcando el ritmo.
Comienzan a balancearse sobre sus lados y, siempre enfrentados, a danzar al ritmo de las sevillanas. Cabezas erguidas, pasos firmes, ritmo sostenido. Acercándose hasta casi estar cuerpo con cuerpo, alejándose al compás musical.
Los veo bailar y mis ojos no pueden más de la emoción.
La magia fue contagiosa.
Otros hombres se sumaron y de pronto el aire del salón se llenó de testosterona danzante…
Iban y venían por el tablao, y también entre las mesas.
Estaban desinhibidos, parecían desquiciados…
La música se iba tornando cada vez más intensa… comenzaron a zapatear…
¡Casi muero en este momento! ¡Nunca había visto tanto revoleo de patas, zapatos y zapatillas! Las piernas se movían, se levantaban, los pies golpeaban el piso… la música y el ritmo ya no importaban, el tema era hacer ruidos y ver “quién lo podía hacer más fuerte”
En eso están, zapateo tras zapateo, giros y contragiros, arrodilladas y movimientos de cabeza, cuando uno –siempre hay uno- comienza a arremeter contra los demás… como si fuera un toro…
Y el resto a esquivarlo…
¡Oleeee…! ¡Oleeee! – gritábamos las minas…
¡Para qué…! La diversión subió de tono
Ya no solo lo esquivan cual toreros, ahora lo quieren espadear.
Sacan de las mesas las cucharas de plástico con que nos habían servido el queso blanco y el humus, con la firme intención de agredir al toro. Pero muchos ya querían ser esos vacunos y otros tantos, acuchararlos con las armas que habían tomado en sus manos…
La española que había comenzado el show no sabía cómo frenarlos… desesperada se agarraba y levantaba la pollera y, tirándose los flecos de la blusa para atrás para que no le molesten, corría de un lado a otro pinchando con su peineta a cuanto hombre se le cruzaba en el camino.
Mientras tanto, el cantaor, incentivaba el despelote entonando cada vez más fuerte cantos flamencos y golpeando con sus manos el ritmo que debían seguir los que andaban sueltos por el patio…
Así estaba la cosa, hasta que la dueña, que vaya uno a saber por dónde andaba, apagó las luces giratorias coloridas y al grito de: - ¡Ché! ¡Vayan a las mesas y déjense de joder!- puso en orden tanto desborde.
Los hombres quedaron inmóviles en sus lugares sin entender qué les había pasado. El encantamiento cesó de la misma forma que había llegado. Sin aviso.
Lentamente fueron regresando a sus asientos, mientras nosotras reíamos a carcajadas al ver sus caras y su desconcierto. Y así, Verónica “la mimbre”, tal como era promocionada, comenzó unas nuevas sevillanas con todo el esplendor de quien conoce de qué se trata. —¿Cú? ¿Querés otra cerveza? —me pregunta Luis haciéndome salir del ensueño. —¡Dale! —contesto mientras sigo pensando cuánto me hubiera gustado alguna vez en la vida verlos mover las piernas con la música.
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