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Pandora

Amanece… la casona ya está en movimiento…

Los sirvientes y esclavos caminan por los distintos ambientes.

Hombres cargando ánforas con vino para el desayuno de los señores…

Mujeres soñolientas, preparando el pan caliente de centeno y otros manjares que serán el alimento de los dioses que habitan esta propiedad.

Acantha es la encargada de atender a la señora. Le produce mucho miedo. Sabe que ante el menor error, debido al carácter cambiante de la mujer, podría perpetrar contra ella el peor de los castigos, como así también, ser benévola y capaz de perdonarla.

Ágilmente se dirige a la cocina en que muchas criadas se dedican a distintas tareas: algunas cuecen en sartenes los tégánites, unos panqueques asados deliciosos que son el manjar de esta comida. Otras procesan los higos y las aceitunas que fueron recogidos y confitados de distintas maneras…

Acantha piensa que lo mejor es no molestar contradiciendo sus costumbres. Ella no es una diosa. Toma de uno de los cestos algunos cereales, higos frescos y aceitunas confitadas. Conoce muy bien sus gustos. Fue designada para atenderla el mismo día que llegó para traer el regalo que Zeuz le envió a Epimeteo, y éste la desposó al ver su inusual belleza, a pesar de las advertencias de no hacerlo.

Acantha la sirvió en la preparación de esas nupcias y fue también quien recibió el regalo que aún está depositado en la columna que se encuentra en el centro del salón central.

El ama es muy bella y engreída. Nunca queda del todo claro si lo que trasluce en bondad es, en realidad, hipocresía que oculta su oscuro interior. Hija de Hefesto y Palas Atenea. Modelada para ser mujer. La primer mujer sobre la tierra, que se encontraba habitada hasta ahora solo por diosas.

Zeus ordenó su creación como castigo a Prometeo, y los dioses menores cumplieron con su cometido. Para ella el mundo era un debate continuo entre la vida de los dioses y la mezquindad. La belleza y la curiosidad.

Acantha camina por los salones. Mientras va y viene recorriendo pasillos y ordenando el ambiente, se acerca a la cocina a preparar la fuente en que llevará el desayuno.

Teme pasar por el salón principal. Siempre que lo hace una correntada cruza su camino, como si un rayo se interpusiera a su paso y quisiera detenerla.

Es raro. No hay vientos que puedan ingresar a esa sala ubicada en el centro de la casa y sin conexión con el afuera.

Sin embargo, siempre le sucede sentir ese hormigueo zigzagueante que le recorre el cuerpo al pasar cerca de ella.

No sabe de dónde viene exactamente, pero sí que es en ese aposento. Por eso, cuando tiene que atravesarlo obligatoriamente para llegar hacia las alacenas, apura el paso y se aleja rápidamente. Velozmente, como si quisiera evadir algo que intenta apoderarse de ella.

Una y otra vez ese hormigueo la paraliza… una y otra vez, siente que es acompañado de un dejo de susurro que parece cobrar vida y jugar con los ingredientes que lleva en la bandeja.

Una y otra vez juraría que los higos se mueven solos y las aceitunas se reacomodan formando figuras.

No lo dice a nadie. El tratamiento a quien pierde la razón la llevaría a las afueras de la ciudad, para someterla a baños curativos y pequeños sacrificios que no está dispuesta a soportar.

Sin embargo. Cada vez que pasa por allí, siente esa misma sensación. Ese singular llamado en su cuerpo.

El miedo invade su alma y la desazón de la soledad del no poder compartir la experiencia la atormenta.

Dejó de alimentarse hace un par de días. Nada pudo probar, pues la angustia acaparó su alma y consumió su razón.

Por eso se siente débil y temerosa. Pero debe pasar por el salón. No tiene otra opción

Hoy a la mañana, mientras prepara el suculento desayuno, la ve que está levantada. Raro. Rarísimo en ella.

Apura los arreglos pertinentes y sale, raudamente, hacia su encuentro. No quiere ser reprendida por vagancia.

Al llegar al salón, el ruido se hace cada vez más potente. Su cuerpo se siente atraído por el jarrón que se encuentra en la columna en el centro de ese espacio.

No puede detenerse.

Se acerca… siente que sus manos no obedecen a sus órdenes y se precipitan hacia él… se acercan a la tapa que guarda vaya a saber qué secretos Zeus envió de regalo…

En el mismo momento que toma la tapa, un grito agudo llega a sus oídos…. ¡Noooo…! ¡No debe destaparse! - es el ama- que corre a su encuentro tratando de evitar lo que estaba a punto de suceder.

Ya es tarde…. Todos los males del mundo salen del jarrón y se disparan por el aire… rebotan contra las paredes, buscan las salidas, se apoderan de los hombres y mujeres que habitan la casa… y continúan… atraviesan los muros para dirigirse al pueblo… a otros pueblos… a ciudades vecinas.

El mundo en pocos segundos queda sumido en todas las maldades existentes.

El ama corre hacia ella y logra colocar la tapa. Solo quedó en el jarrón la esperanza. Guardada.

Como dije antes, con el ama nunca se sabe si va a castigar o a perdonar.

Hoy se levantó bondadosa y asumió toda la culpa ante los dioses.

Ella es la quien abrió la jarra.

Ella quedará en la historia como la desobediente de las órdenes divinas, capaz de desperdigar sin frenos, todo lo malo que tiene el ser humano.



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