- ¡Pst! ¡Pst!
Miré a mi alrededor, pero no vi a nadie. Seguro fue de afuera-pensé. Seguí trabajando. La editorial cerraba en un par de horas y era mejor enviar la nota con tiempo.
- ¡Pst! ¡Pst!
Volví a levantar la cabeza dejando de mirar la computadora. Por un momento hubiera jurado que el chistido venía de mi propio departamento. Me fui a preparar un mate. Seguro era el cansancio de tantas horas frente a la máquina sin lograr hacer algo que impactara al lector. Caminé hasta la cocina, puse la pava. Esperé que se calentara mientras seguía pensando cómo escribir algo interesante.
Un ruido me volvió a la realidad. Estaba seguro que algo se movía en mi casa. Con mucho cuidado me acerqué a los dormitorios. No vi nada. Abrí con mucho miedo la puerta del baño. Nada tampoco. Volví a la cocina, pero al pasar por la puerta de mi estudio, otra vez:
- ¡Pst! ¡Pst! ¡Aquí! Debajo de tu sillón.
Me arrodillé en el piso y bajé mi cabeza hasta el suelo. ¿Qué podía haber allí en ese ínfimo espacio que queda entre la base del sillón y la dureza del mosaico? Miré en lo profundo de la oscuridad de esa ranura y unos ojos me asustaron. Me asusté y retrocedí.
- Ahí hay muchas cosas- me dije- Muchos ojos que me miraban.
La cosa, monstruo, ser extraño o como lo quieran llamar, comenzó a salir. Parecía desplegarse a medida que se daba a conocer. ¡Increíble tamaño! Era rojo, pero expuesto a la luz de la lámpara, brillaba en mil colores, muchos de ellos desconocidos. Parecía una bola peluda. Pelo cortito y duro, como cerdas de un cepillo áspero, de esos que se usan para limpiar zapatillas y que queden blancas como nuevas. Sus dientes también eran redondos. Dos arriba y dos abajo que sobresalían de su boca, también redonda. Cinco ojos se encontraban distribuidos en la parte superior de su cara. Cuatro alineados y uno solo arriba. Era un problema. Todos tenían diferentes tonalidades, pero eso no era lo peor: cada uno miraba para un lugar distinto. Complicado hablarle sin sentirse incómodo. En fin.
Decidí averiguar quién era. No. Mejor hacerle una entrevista. ¡Eso! Había salvado la nota… pero no iba a ser nada fácil, dadas las condiciones en que ésta se estaba dando.
Me fui acercando y fui descubriendo el cuerpo de este extraño personaje. ¡Era tan tan redondo! Todo parecía formar circunferencias alrededor de su organismo. Manos pequeñas para ese tamaño, que eran las terminaciones de cuatro brazos ubicados en paralelo a los ojos de su cara. Pude notar que solo tenía una pierna, gorda, fuerte, y múltiples dedos en un solo pie, tan largos y firmes, que asemejaban los rayos de la rueda de una bicicleta.
Reconozco que mis piernas temblaban cuando comencé a acercarme. Los músculos de mi cuerpo se tensaron, el cabello se erizó y la piel, bueno, la piel si hubiera podido huir de mi cuerpo lo hubiera hecho dejando todos los órganos expuestos. Tomé aire, me erguí, levanté la cabeza y me dispuse a enfrentarlo. Pero no me movía. Por más que daba a mi cerebro la orden para que me hiciera caminar. Nada. Quieto en el lugar. Entonces eso dio el primer paso. Y yo también me moví. Casi sin darme cuenta. En cuanto me acerqué, todos sus ojos me miraron. Primero me aterroricé, pero enseguida, algo pasó que dejé de temerle. Su mirada era tierna, cálida, hasta diría un poco triste. Hizo un leve movimiento encogiendo los hombros y hundiendo la cabeza levemente inclinada hacia un costado, como quien siente una amorosa felicidad al ver a alguien que quiere mucho. Pestañeó con todos sus párpados muchas veces. Y se tomó las manos por delante, levantándolas al mismo tiempo mientras apoyaba en ellas su mejilla.
- Hola- le dije- ¿qué hace en mi casa?
El monstruo no me contestó. Solo me miraba y parpadeaba.
- Mire, señor… señor… No se puede entrar así a una casa
En ese momento, el monstruo levantó su cabeza sin dejar de mirarme. Abrió la boca y una voz melodiosa, como el sonido de miles de campanillas perfectamente acompasadas siguiendo la partitura de una música armoniosa, profunda y deliciosa, me dijo:
- Me llamo Samay.
- Samay, repetí. Hermoso nombre
- Si. Me bautizaron así los que viven en las altas rocas que visita el cóndor. A mi me gustó mucho, porque me dijeron que significa paz y sosiego.
- ¿En las montañas?
- Así las llaman uds, si.
- Pero ahora está en la ciudad. Muy lejos de las alturas. De hecho, ¡está en mi estudio…!
- Si – dijo sécamente mientras parpadeaba y volvía a colocar sus manos juntas como soporte de su mentón, mientras se encogía otra vez de hombros e inclinaba su cabeza.
- Yo me llamo Juan T. Teme. Escribo semanalmente sobre las cosas que pasan en el pueblo
- Lo sé- contestó
- ¿Lo sabe?
- Si. Sos la causa de mi sufrimiento
- ¿Yo?
- Así es. Desde que te conocí el verano pasado cuando fuiste a hacer aquella nota a mi gente. No me viste, pero yo sí. Vivo en lo que llaman la montaña de siete colores.
- ¿Y por qué soy su sufrimiento? ¿lo puedo saber?
- Porque me enamoré… - y volvió a colocar las manos en posición amorosa mientras parpadeaba tan rápido que generaba un vientito cálido.
Juro que casi me muero… ¡era una monstrua enamorada! ¿y ahora qué hacía? ¿una monstrua enamorada de mí?
- Me parece que esto es un poco exagerado- le dije. Necesitamos tranquilizarnos y pensarlo...
- Hace mees que estoy debajo de tu sofá. Y hoy, cuando vi que no podías escribir, pensé “esta es mi oportunidad”. Se que me ves muy grandota, y un poco redonda, pero yo te amo… y vas a aprender a amarme también…
- Bueno.. bueno... bueno… veamos… tomemos unos mates… pensemos en algo…
- ¡Oh, mi amor eterno! ¡Quiero que vengas conmigo a la montaña!
Y sin que me diera cuenta estiró todos sus brazos y me atrapó…
Lo peor es que abrazándome y todo, pude escribir la nota para el periódico y mandarla por mail… Un poco incómodo, es cierto, pero fue lo mejor que hice. Me volví famoso, aunque ya no pude disfrutarlo con los míos…
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