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EL TEMIDO REGRESO DEL HADA DE LA BAÑERA.

Sasuci, se llamaba el hada de la bañera. Nos enteramos porque así la nombró Sognati, el duende de las arenitas del sueño.

Al final, cuando resolvió el tema del ¡Atchís!, se vino con nosotras y se instaló de nuevo en nuestra casa.

¡Ah! ¡La cara de mi papá!

- ¿Qué hace el hada de nuevo en esta casa? - dijo todo colorado de tan enojado que estaba.

- ¿Otra vez? ¿quién la trajo? - gritó mi mamá, mientras se agarraba la cabeza.

- ¿Quéee…? – dijo Fidel – con los ojitos que le daban vueltas de bronca.

- ¡Miauuuuuuuuu…! - maulló Valiente, que todavía se acordaba que cuando estaba ella en casa nadie tenía tiempo de hacerle ni un mimo.

Sasuci se ubicó en la escalera. Se puso muy cómoda en el segundo escalón desde donde charlaba muy tranquila con sus amigos los duendes, que vivían en el mural que pintamos en la pared. Todo el día había que estar esquivándola. Cuando subíamos y cuando bajábamos.

- Simo ¿y si la metemos en un frasco y la tiramos por ahí?

- ¡Dale!

Empezamos a buscar frascos por toda la casa. Nos vio mamá y nos preguntó para qué lo necesitábamos. No le dijimos. Nos iba a retar. Pero las dos nos pusimos tan nerviosas que, enseguida, se dio cuenta que estábamos escondiendo algo.

- No le hagan nada a Sasuci- nos dijo- Es insoportable, pero está mal hacerle daño. ¿Entendieron? ¡Debería llamarse Maleduc-hada! – agregó mientras se iba otra vez agarrándose la cabeza.

- ¡Ufa! – contestamos las dos.

La verdad es que creo que no sabía que pensábamos hacerle algo. Adivinó. Siempre adivina cuando estamos por hacer algún lío. Y tenía razón.

La vida con Sasuci se hizo insoportable, otra vez sus pedidos a toda hora: que el trébol de cuatro hojas, que el agua con miel, que el solcito de la mañana, que el solcito de la tarde, que mejor la sillita acá, que mejor la sillita allá.

Poco a poco nos fuimos cansando. Pero el colmo del colmo fue el día que

- ¡Sasuci! ¡me hago pis! – le gritó mi mamá en la puerta del baño- ¡Salí de la bañera ahora mismo!

- ¡Sasuci! ¡me tengo que bañar para irme a trabajar! – le gritó enojadísimo mi papá en la puerta del baño

- ¡Sasuci! ¡Empiezan las clases y tengo que lavarme los dientes! – también gritó Fidel en la puerta del baño

Sasuci, como si nada pasara, seguía bañándose a pata suelta. Nadando para aquí, nadando para allá. Un sorbito de agua con miel, una zambullida. No le importaba nada de nada, ni de nadie.

Entonces, mi papá se enfureció bien enfadado. Abrió la puerta del baño. La agarró de las alitas. La sacó chorreando agua. La puso a la altura de sus ojos y, con su peor cara de malo (esa que a nosotras nos asusta), levantó el dedo índice y le dijo:

- ¡Te vas!

Y la colgó de un broche para que se seque.

Sasuci, se quedó muda. Después abrió los ojos así de grandes. Después hizo puchero. Y al final, se largó a llorar con llanto de hada, que es parecido a miles de campanitas sonando al mismo tiempo. Cuando se le pasó el sollozo, suspiró profundo, se sacudió y se soltó del broche. Voló hasta la mesa de la cocina y con un grito dijo:

- ¡No me echan! ¡Me voy yo! ¡Uds. son insoportables!

Dio un golpe fuerte con el pie sobre la mesa, como para que nos diéramos cuenta que estaba ofendida. Voló hasta la escalera y juntó algunas cosas de las que guardaba en el escalón. Después se fue hasta la bañera. Puso las hojitas de trébol que le sobraron en un paquetito. Abrió la heladera, agarró un pedacito de queso para el viaje, y salió por puerta que estaba abierta, yéndose sin siquiera saludarnos.

Fue verla salir y que estallara una fiesta adentro de la casa…

- ¡Síiii…! – gritaba mi papá.

- ¡Síiii…! - gritaba mi mamá.

- ¡Por fin! – gritaba Fidel.

- ¡Menos mal! – dijimos nosotras que, al fin y al cabo, éramos las responsables de que ella hubiera vuelto.

Mi papá puso música. Todos bailamos. Nos reímos. Saltamos. El buen humor volvió a la casa. Los duendes nos miraban desde la escalera sin entender qué estaba pasando. A ellos no les molestaba la visita de Sasuci.

Cuando estábamos en medio de semejante algarabía ¡toc! ¡toc! ¡toc!

Golpecitos en la puerta. Papá abrió y no había nadie. Cerró y volvió a bailar.

¡Toc! ¡toc! ¡toc!

Volvió a abrir. Nada. Hasta que, por casualidad, miró hacia el piso.

¡Casi se desmaya! ¡Casi nos desmayamos todes! ¡Si! ¡Era Sasuci!

- ¿Pero no tenés vergüenza, vos? - le dijo mi papá. Pero la vio tan triste que no se lo dijo enojado.

- ¿Qué querés acá? – le preguntó

Sasuci estaba realmente triste. Muy triste. Demasiado triste. Casi que no la reconocíamos de triste que estaba. Se le notaba en las alitas caídas. Los ojitos sin brillo.

Nos explicó que tenía un gran problema: ella no sabía volver a su casa. Nunca había viajado sola.

Y era cierto. Cuando la conocimos vivía en el caño de una bañera. La habían encerrado allí. Después, la llevamos nosotros a la Cascada de los duendes. De allí, se subió al trineo de Papá Noel y casi nos arruina la Navidad. Y luego, se fue con el gnomo con el que se casó. Más tarde volvió a casa convocada por nosotras ante el problema del ¡Atchís! Nunca había tenido la posibilidad de andar sola por el mundo.

- Menos mal- dijo Almendra.

- Cierto- agregó Simona- si no, los líos que hubiera estado haciendo por ahí.

Igual nos daba lástima verla así, tan desamparada y con tanto desconsuelo. Pero ¿qué podíamos hacer?

Estuvimos pensando, y nada. No se nos ocurría. Ni siquiera veíamos la forma de que usara los patines. Hasta que fue Fidel el que tuvo la idea:

- Chicas, si ustedes la llamaron con el pensamiento para que ayude con el ¡Atchís! y ella lo curó. ¿No sería probable que el gnomo también venga de la misma manera?

Todos nos sentamos en los sillones del comedor a tratar de pensar en el gnomo y ver si así venía. Todos pensábamos en eso. Sasuci estaba tan triste que no hacía más que sollozar.

- ¡Ejem!

¿Daría resultado? Al final eran seres mágicos ¿no?

- ¡Ejem!

Todos en la casa estábamos muy compenetrados. Hasta Valiente, que se sentó al lado de mamá y puso cara de yo quiero que se vaya de una vez.

- ¡E-JEM! - gritó el gnomo.

Había llegado y como estábamos tan concentrados en el llamado con el pensamiento, ni lo habíamos visto.

- ¿Qué hace aquí mi esposa? – nos gritó- ¿Quién se atrevió a robarme a mi dulce y tierno amorcito?

¡Qué risa nos dio a todes! ¡Dulce y tierna! ¡Ja! ¡Ja! ¡Ja! ¡Ja! NO lo podíamos creer. No podíamos parar de reírnos… ¡Dulce y tierna!

Pero él la quería, y entre gnomos, duendes y hadas se entienden.

- Bueno, bueno- dijo- ¿por qué tan triste esta hermosura?

Sasuci le explicó todo. El gnomo nos miraba, primero sorprendido, después enojado con nosotros, después con papá que la colgó de las alitas, pero al final le dio mucha pena que ella no supiera viajar sola.

- ¡Ah! ¡pero qué cosa! ¿cómo puede una hadita ser independiente y libre en sus decisiones, si no sabe viajar solita? No te preocupes- le dijo- yo te voy a enseñar. Y empezó a hacerle mimitos mágicos, que son unas caricias de música armoniosa, como el agua cantarina del lago cuando golpea suavemente sobre la arena, o como los pájaros que llevan el alimento a sus bebés en el nido.

El gnomo era un ser muy agradable. Se llamaba Haruko, y nos dijo que había nacido en el mes de octubre, como nosotras.

Charlamos un montón, hasta muy tarde. Resultó que en la charla se dio cuenta que era primo de Sognati. Esa casualidad nos puso felices a todes y había que festejar.

Mi papá que estaba muy contento porque al fin Sasuci se iba a ir, propuso comer pizza. Así que, ahí nomás, nos pusimos a amasar, mientras los grandes charlaban, algunos tomaban cerveza, otros tomaban agua y el hada unas gotitas de miel con limón. Se la veía contenta ahora y muy enamorada. Las alitas golpeteaban de felicidad y dejaban brillitos que suavemente iban cubriendo las superficies por donde ella pasaba. Haruko la miraba con esos ojos de quien quiere mucho a alguien, con ese resplandor que solo aparece cuando se está encantado con otra persona. Los duendes, tenían las bolsitas con la arenita del sueño preparada, pero bien cerraditas. No tenían ganas de que la reunión se termine y nos vayamos a dormir tan pronto.

La fiesta duró hasta muy tarde…

Cuando llegó la hora, Haruko y Sasuci se despidieron con besos mágicos mientras los duendes nos rociaban con su preciado tesoro. Pero, antes de vernos caer en profundo sueño, nos prometieron ir contándonos las aventuras de Susuci para aprender a viajar…


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