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DOS AÑOS Y OTRO CUMPLEAÑOS. Sintaxis del vivir

Ejercicio realizado en el Club de escritura de Página 12. Las oraciones en negrita, se seleccionaron de un listado de 26 frases, entre las que había que elegir algunas para usar.


Cuando lo estático es movido, todo cambia de sentido. Cuando te arrinconan entre el aquí y la nada. Cuando te sabés finita y que el límite está ahí, detrás de la puerta del quirófano, en el que un profesional va a mediar entre que se corte el hilo que te mantiene y la reparación que te permita seguir. Es allí, justamente allí, cuando se reacomoda el vivir en un nuevo paradigma cotidiano en el que ver volar la semilla de un diente de león se configura como un espectáculo fabuloso.

La puerta a traspasar, la mano generosa y hábil que extirpará lo que está corrompiendo tu entraña; tu hijo que te mira asustado tratando que no se note; tu esposo con los ojos rojos pensando que no te vuelve a ver; los amigos que los contienen; la camilla que te traslada; las luces sobre la helada cama; el terror; la otra mano que se tiende y te abraza con solo una caricia ofreciéndote la calma del saber lo que hace; el chiste oportuno; la borrachera de la anestesia. Todo se transforma en un resplandor en la niebla. Una bruma que pronto va a disiparse para dejarte ver un nuevo porvenir, un “changüí” de oportunidad inesperada.

Y entonces, lo humano, ese continuo rebotar entre el milagro y la miseria, se pone en juego. Pero yo no lo vivo así. No creo en los milagros. Creo en la ciencia. No viví la miseria, pero sí sentí el dolor inmenso del pensarme desapareciendo, esfumándome en una nada absoluta e inmensa, impensable. ¿Rebote? Si. Entre el amor y el temor. El entregarse y el luchar. El bello milagro del vivir y la miseria del dolor sabía que debía soportar.

La vida es un amante que me ama. No puedo dejar de pensarlo mientras veo nacer el día de otro año más. Lo pienso y lo siento. Lo que hasta hace poco era solo un cumpleaños al que, indefectiblemente, le sumaba la puteada del envejecer, hoy, es el disfrute de saberme entre mis seres queridos para deleitarme profundamente.

Yo no sé muchas cosas, es verdad. Pero sé lo que es querer vivir y saberse querida. Sé lo que es tener un tiempo más en esta tierra. Sé lo que es que tus nietos te amen, y tus hijos estén presentes. Y sé, sobre todo, de la fidelidad y el amor del hombre del que me enamoré hace 50 años, allá por mis 13, con el que me casé 6 años después, con el que camino la vida hace ya tanto tiempo, que descreo haber sido soltera alguna vez. El hombre al que vi llorar y hacerse cargo de la casa sin experiencia previa, cuando mi imposibilidad así lo requería. El que vi cada día estar a mi lado. Caminando conmigo, sosteniéndome cuando el tratamiento me hacía decaer. Acompañándome aún sin que hiciera falta.

Decidir vivir fue todo un desafío. Una fuerza y un poder que salió del amor que recibo y que me mantiene erguida. Pero todo poder supone una responsabilidad, y yo decidí asumirla. La responsabilidad ineludible de levantarme cada día, enfrentar la quimio, los rayos, sonreír, salir a la calle. Despacio. A veces, casi sin fuerzas, pero sin entregarme a la cama y la facilidad del dejarme ir. No. Acá estoy. Firme, segura, inquieta, escribiendo. Descubriendo que, si bien el tiempo es tan escurridizo como la arena entre los dedos, cada segundo puedo vivirlo con la intensidad que requiere el compromiso asumido: estar viva. Porque mi tiempo no tiene sombra, tiene reflejos multicolores que fueron sumando todos los que me acompañan, los sueños que aún faltan cumplir, los encuentros que tengo que tener, los cuentos que tengo que escribir para mis nietos, los amigos con que reencontrarme, la familia para amar. Y en este tiempo, sin sombra, aparecieron las imágenes. Las video llamadas reemplazando los juegos con los nietos alejados. Aprendí que la pantalla permite lecturas de cuentos e historias, jugar juegos de mesa y también a la escondida. Que solo es cuestión de saberlo hacer o de tener buenos profesores que, con sus siete y once años, te enseñen a vivir la distancia y disfrutar los encuentros. Y también, que cuando la llamada termina, ese momento mágico será guardado con varias llaves dentro del baúl de los secretos y engrosará ese montón de secretos que nunca pudieron compartir, o no quisieron. Serán parte de esos recuerdos que conforman la psiquis y, estoy segura, acompañan esos últimos momentos, en que tu conciencia no se comunica con el afuera, pero está activa, mientras se van apagando las luces y baja el telón.


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