Menudo problema de escribirle a un dios, al menos para mí, que soy atea.
- ¡Ah! ¿sos agnóstica?
- No. Soy atea.
- ¡Mirá si vas a ser atea! ¡Sos agnóstica!
Podría haber seguido la discusión, pero la amistad con ella era más importante que mi capacidad de creer o no en un ser supremo.
Esta conversación, que quedó en el olvido, fue parte de mi paso por aquella escuela allá por el 2000, y volvió a aparecer hoy ante la consigna del profesor: escribirle a un dios…
¿Y a quién le escribo?
Hay miles de religiones para elegir. Creo que debe haber tantas como hombres e interpretaciones de lo divino.
Si pregunto en el barrio, encuentro cristianos, evangelistas, budistas, umbandistas, que yo conozca.
Podría escribirle a la Pacha, pienso. Sería algo más “normal” ya que la tierra nos provee todo el sustento y nos cobija.
Tampoco me interesa.
En cerámica precolombina, hobbie que me acompaña hace unos años, hice una máscara de Tlaloc, dios de la lluvia y el relámpago. La puse en uno de los muros de mi jardín. Podría escribirle y pedirle que cuide mis plantas y las proteja del ardiente verano que chamusca sus hojas y agrieta su tierra.
No. Tampoco.
Entonces me acordé de Galeano, y del dios más humano que existe sobre la Tierra, pero ya le escribió él. No sirve.
¿Entonces? ¡Ya sé! A otra inexistencia que, sin embargo, se hace carne en tantas mujeres avasalladas.
Y decidí escribirte a vos, Medusa. Mujer bella y humana. Tan bella y tan humana que luego de ser violada fuiste condenada y victimizada por otra mujer: Atenea. O eso dicen…
Tanta historia se ha escrito de tu condena. Tanto miedo (¿y odio?) se ha generado hacia vos, que fuiste sometida y sojuzgada por la ingnominia de la venganza y el aislamiento de tu cuerpo condenado a destruir a todo aquel que te viera.
¿Quién habrá escrito tu historia? ¿Acaso quien de esta forma adoctrinó a un género a no atreverse a sublevarse al poderoso? ¿Acaso quien se piensa superior, por ser el resultado de una ruleta genética en la combinación azarosa de dos gametas?
No puedo dejar de pensarte en otras mujeres, por las que hoy reclamamos. Mujeres que repiten tu historia en una espantosa rutina de muerte y desidia.
Entonces, Medusa, te pienso y te escribo cada vez que reclamo ¡ni una menos!, cada vez que camino con otras mujeres que vienen desde tus tiempos, y desde tus desdichas, y quizás, de mucho antes que la escritura sea escrita.
Medusa, marchemos juntas con cada víctima que te rememora y sigue con vida. Y con cada mujer que deja su historia de dolor y abandona este mundo en manos del macho que se cree su dueño.
Medusa: mujer bella, te pregunto: ¿llegará el día en que ninguna mujer se sienta amenazada?
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