Ella está allí. Quieta. Inmóvil. “A la buena de Dios”- diría una vieja.
Sabe que en poco tiempo ellos llegarán, como cada mañana, para abastecerla de algún líquido que le permita pasar el día y las horas.
La verdad es que ya la tienen harta. Que la mojan, que hacen charcos, que el agua fría. Un día mucho, otro día poco. ¿Cuándo aprenderán a regarla como corresponde?
La naturaleza decidió este porvenir: de quietud… Nunca va a entender por qué… ¿POR QUÉ…?
Pasó la noche, con la angustia que le produce siempre sentir que algunos insectos caminan por su cuerpo sin poder repelerlos, y está de muy mal humor.
Los siente. Le molestan. Los aguanta. ¡Bhá! Los aguanta es una forma de decir, porque también ella les hace bastantes porquerías.
Algunos la muerden, otros defecan sobre distintas partes de su cuerpo inerte. Ella se defiende. Trata de estirar alguna espina justo en el momento que pasa esa oruga que le come las hojas, intentado pincharle la panza y ver cómo le sale ese líquido verde, cosa que aprovecha para que resbalen las hormigas que se escabullen en la oscuridad para subir por su tallo y devorar lo que dejan las gatas-peludas.
Por suerte con el día todo se ve distinto. Aunque siempre tiene las mismas dudas: ¿Existirá algo más allá de su campo visual? ¿qué harán atrás de ese agujero por el que salen los que la visitan después de desplazar unas maderas? ¿para qué vienen diariamente a atenderla? ¿serán así con todos? Sobre esto último, sabe perfectamente que no. A los que la cuidan, solo les interesa tener lindo el jardín. Se creen que es tonta.
Se hace de día y llegan ellos. Un matrimonio ya anciano.
La mojan. La cuidan. La miman. Le hablan… ¡le hablan! ¡jajajajaja!
Ella se divierte haciéndolos enojar. Le molesta que le mojen sus hojas y que la inunden, o que le corten sus partes. A veces les brinda unas hermosas flores. Perfumadas. Otras, solo deja entrever algunos pétalos insulsos y los hace caer antes de que puedan lucirlos en sus floreros o regalándoselos a alguna persona conocida. Otras veces: nada. ¡NA-DA! Le encanta verles la cara de frustración.
Ellos la cuidan igual, es cierto. Pero no todo son rosas en el valle…¡NO! ¡Claro que no!
Mientras es primavera u otoño, todo bien. Pero la verdad es que le asignaron un lugar de mierda. En invierno se congela y en verano se achicharra bajo el sol. Y allí, no hay agua que alcance. Encima los viejos también se chamuscan, así que poco y nada andan por el jardín cuando el clima calienta demasiado.
Pero ahora disfruta un poco, ya que el sol de la primavera comienza a ofrecer ese calor que sólo esta temporada puede brindar. Y ella se siente más feliz.
Con el día, todo se ve distinto. Y por un rato se olvida de tantos sufrimientos.
Y así, lentamente, comienza a abrir su pimpollo y a desperezar muy despacio sus pétalos al viento.
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