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Cumpleaños

Otro cumpleaños ausente. Otros: mi hijo y mi nieto.

Esta enfermedad se interpone nuevamente entre mi deseo y la concreción del mismo.

Estoy triste.

Mi hijo menor cumple 40 años. ¡40!

Un joven hombre que fue motivo de tanta lucha en el pasado.

Un niño amado al que costó mucho “criar” y sacar adelante.

Un padre amoroso que vive en pos de sus hijos y su familia.

Hoy cumple años y no estoy con él.

Estoy triste.

Estoy muy triste.

Reconozco la sensatez de mi esposo cuando me dice que espere terminar el tratamiento para poder ir con más tiempo. Le doy la razón a ese pensamiento lógico que impone la realidad.

Pero mi corazón y mi alma no lo entienden.

Me iría ahora mismo.

Si fuera capaz de pensar alas y éstas crecieran sin más, volaría hasta su casa los mil seiscientos kilómetros que me separan de ella.

Subiría a un remolino de hojas y me dejaría arrastrar por llanuras y montañas siguiendo el camino que mi organismo conoce de memoria.

Transformaría mi cuerpo para llegar mágicamente hasta su puerta.

Lo abrazaría y le diría cuánto lo quiero y cuánto lo extraño.

Pero aquí estoy. Frente a la computadora sin saber siquiera si él va a enterarse de este sentimiento.

Es cierto que también quiero ir a ver a las chiquitas que ya cumplieron 6, pero no ahora, y que saben que con nosotros llegan regalos que esperan y disfrutan. Y a mi nieto y sus once añitos.

Y que me gustaría estar con él, ya casi púber, y verlo disfrutar ese día y las amistades que a esta edad son únicas e irrepetibles. Que acompañan, pero también duelen, porque comienzan a enseñarnos los vaivenes de la vida y de la gente.

Tantos amores lejanos, tan fuertes y tan profundos, y yo acá. Esperando la decisión que por un tiempo me ate a una máquina que rociará sobre mi cuerpo la radiación que terminará, creo definitivamente, con ese cáncer que me hace sufrir estas ausencias.

Soy valiente y hago frente con coraje todo lo que viene sucediendo en torno a él: estudios, tratamientos, pinchazos. Nada me asusta ni me acobarda.

Pero tengo que ser honesta: la distancia es un obstáculo que siempre se interpone y me genera angustia. Una distancia que separa, pero que a la vez me permite soñar con el reencuentro, y las risas, y las charlas que nos unan nueva y amorosamente en ese aglomerado que se conoce como familia.

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