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CONSECUENCIAS DE UN CAMPAMENTO

Las noches de campamento son lo más. El aire libre. Los amigos. Las charlas de noche. Las caminatas. Los cuentos que dan miedo.

Este verano participo de uno en la montaña. No hay nada mejor. Amo la montaña. Me gusta muchísimo.

Decidí venir, porque vinieron también mis amigos Juanco, Nico y Bruno. Nos pusimos de acuerdo y compartimos la misma carpa. Es muy divertido estar con ellos. Ellos son muy divertidos. Siempre tenemos montones de cosas para charlar. Nunca se nos acaban los temas.

Nos acompañan unos maestros de una escuela a la que yo fui cuando era más chiquito. Era a contra turno de la que iba a 1° grado. ¡Era recopada!

Todo es hermoso cuando salimos en estas aventuras. Desde temprano nos vamos a caminar por ahí, recorremos, buscamos rocas raras, vemos las plantas que hay. Aprendemos de senderos. De historia del lugar. De animales.

En el último que hicimos nos enseñaron primeros auxilios. A mí me encantó eso de curar a la gente y saber los pasos iniciales a realizar ante un accidente. Me conseguí un botiquín. Fue lo primero que guardé en mi mochila para este viaje.

Lo usé varias veces: un nene se cortó con una piedra cuando la pisó, otro se cortó un dedo tirando de un yuyo que era filoso. Como el botiquín tiene muchas cosas, usamos alguna gasa, agua oxigenada, alcohol (y no gritó nada el que lo recibió). Me sentí muy bien. Me gustó ser útil.

A la tardecita nos sentamos e hicimos un fogón. Estuvo buenísimo. Tomamos mate cocido, otros tomaron té, otros, mate, y contamos historias alrededor del fuego. ¡Qué lindo que es esto!

Después, encendimos una fogata más grande para preparar la comida. Hoy nos toca Patty. Seguro cocina Bruno. Nosotros lo llamamos “Maxi, el asador”. Le gusta hacer asados.

Antes de ayer nos enseñaron a usar el disco de arado. Y a mí me encantó aprender a usarlo. ¡Ojalá hagamos algo de nuevo con él! Tengo que conseguir uno para mi casa y preparar algo para mis papás y mis hermanas, y que vean lo que puedo guisar.

¡Riquísimos los pattys!, sabrosos. Maxi sabe cocinar muy bien. Los profes también. Volvimos a sentarnos alrededor de las brasas que quedaron.

Es todo muy hermoso. El calor que emanan las ramas quemadas. Las estrellas iluminando. La negrura del cielo y la luminosidad de la luna entre los árboles.

Es una bella experiencia esto del campamento.

Nos invitaron a ir a caminar. Nosotros estamos entre los más chicos del grupo, nos cansamos enseguida y decidimos, los cuatro, quedarnos acá y acostarnos a dormir. Aparte, como ya dije, nos encanta meternos en la carpa a conversar. Igual nos sentamos un rato más alrededor del fogón.

Yo me dormí enseguida. Se ve que el calorcito que aún quedaba y el cansancio de los dos días de campamento, pudieron más que mi resistencia al sueño.

Alguien me levantó en brazos y me llevó a la carpa. Me di cuenta, pero no pude resistirme, ni pararme e ir solo. Seguro uno de los profesores. Me acostó y me tapó. Yo sentía lo que pasaba pero no podía más de sueño. Ni abrí los ojos tampoco cuando mis amigos se acostaron. Igual fueron muy cuidadosos. Trataron de no despertarme y no lo hicieron. El resto del grupo ya se había ido hacía un par de horas a caminar y recorrer la montaña con la noche.

Cuando había pasado un buen rato, no sé cuánto, pero sí que los cuatro estábamos muy dormidos, escuché que alguien volvió al campamento y se dirigió a mi carpa. La abrió despacito, y más despacio todavía, sacó algo de mi mochila. Traté de despertarme. Me costó, pero al final abrí los ojos. Miré adentro del morral y faltaba el botiquín. Seguro alguien se lastimó- pensé.

Me puse el poncho porque tenía frío y salí de la carpa. Unas manchitas en fila marcaban el camino desde la entrada hacia más allá del fogón. Al menos hasta donde yo veía con la luz de la luna y el resto del fuego. Llamaron mi atención. Encendí la luz del celular y me agaché para mirar de qué eran. Oscuras y húmedas. Seguro sangre. Alguien se cortó. Si de día es difícil esquivar rocas, de noche, indudablemente mucho más.

Seguí el camino marcado por las gotitas y encontré el papel de la envoltura de una curita. Lo levanté y me lo puse en el bolsillo. No hay que dejar cosas tiradas en el bosque.

Miré alrededor pero no vi a nadie. ¿Se habrá curado y volvió de nuevo a caminar? ¿se habrá metido en su carpa a dormir? El profesor que hacía guardia, estaba dentro de su carpa. Se levantó cuando me escuchó que andaba por ahí y salió para ver qué me pasaba. Le conté todo y me dijo que me vaya a dormir. Que no había pasado nada. Yo le expliqué de nuevo y caminé un poco más buscando mi botiquín. Le mostré los papeles de la curita que tenía en el bolsillo. Nada. No me creía. Aseguraba que todos estaban durmiendo en sus lugares y que él estaba atento a lo que pasaba. El botiquín lo encontré un poco más allá del campamento, al lado de un árbol. Se lo mostré también.

Me miró serio y me dijo: - ¡Fidel! ¡Dejate de joder y metete en la carpa!

Pero lo noté preocupado. Yo me acosté y tardé un ratito en cerrar la carpa y dejar de mirarlo. El profe no se volvió a la suya. Se quedó sentado al lado de lo que quedaba del fuego, mirando muy atento todo el campamento y, especialmente, hacia el bosque.

A la mañana me costó mucho despertarme. Ya mis amigos estaban levantados y afuera cuando lo hice. Estaban preparando el desayuno entre todos.

Ese momento de la mañana es genial: pelos parados, caras de dormidos, ojos medio cerrados, chicos y chicas que casi no hablan porque todavía están en ese estado en que no sabés si seguís soñando o ya estás despierto.

De a poco el campamento va tomando ritmo y nosotros nos vamos espabilando.

Al final, como en los momentos en que el grupo se junta y es uno solo, nos sentamos alrededor del nuevo fuego de la mañana a desayunar.

Estábamos todos.

¡Bien!- pensé- ahora voy a ver quién se metió en mi carpa y de paso le voy a decir que tiene que pedir permiso para usar mi botiquín. Y si yo estoy durmiendo, le tiene que decir a un adulto. Que para eso están.

Estábamos todos alrededor de los leños encendidos. Algunos se habían sentado en el piso, otros en bancos improvisados con troncos. Todos tenían sus manos en alto sosteniendo tazas. Todos estaban sanos. Ninguno tenía curitas a la vista.

Entonces les pregunté: ¿a qué hora volvieron de la caminata anoche?

- Al final no hicimos caminata- estaba muy oscuro y era peligroso. A los pocos minutos volvimos y todos, todos, nos acostamos a dormir.


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