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Ausencias

Para Diego Núñez, y los 30.000 compañeros. ¡Presentes!

La calle vacía se presenta ante mis ojos como una película en blanco y ocres, reflejando sentires de tristeza ausente. Los árboles, testigos solitarios de un atardecer mustio, dejan entrever los primeros brotes de vida de la primavera cercana.

Los jardines marrones de angustia invernal, están jugando con recuerdos de heridas no cerradas. De ausencias no superadas. De sillas vacías y roperos esperando con trajes que jamás se volverá a poner. De una madre ya viejita que nunca pudo entender que le arrancaran su vástago, y que día tras día, año tras año, esperó sentada en el hall de su casa la llegada del primogénito que partió, como cada mañana, a la automotriz que lo esperaba.

Una manta cubre mis piernas mientras un hielo se encuentra atravesando mi corazón con treinta mil horrores.

La veo en la foto de niña, aquella que me regalara su madre, y veo en ella a su padre, el que salió hacia Cañuelas y nunca volvió. Falta un rato aún para que llegue. No dudo en que voy a reconocerla más allá del dolor y el tiempo transcurrido, de la lejanía necesaria que impuso para curar heridas y emprender la lucha. La ausencia de tantos años no harán mella en la imagen guardada en mi memoria.

La tv está anunciando la felicidad del poder, de la compra que el capitalismo impone para que otro sienta el peso del no poder. Para que otro disfrute el placer de saber que puede. Abrazos asfixiantes de colores y músicas reflejadas en pantallas, bailes entrelazados sin barbijos, aún con la muerte rondando alrededor. Una muerte que hoy es pandemia, pero que hace muchos años aparece intermitente y dosificada de la mano de poderosos, de quienes promueven horror y acusaciones infundadas, justificando una historia que hoy se volverá memoria en una placa recordatoria. Meritocracia del fuerte, del que nunca necesitó.

Aquí vivió....” dice el rectángulo colorido que se deposita en la puerta de la casa natalicia para que todo el que pise esa vereda sepa que estuvo, pero ya no volverá. Que allí, alguna vez, sus carritos de rulemanes rodaron por el patio, la pelota encontró dueño y el amor asomó por el vergel del jardín materno.

Aquí vivió....” dice, y rememora al delegado que espera las bonanzas multinacionales sin pensar en los andares históricos de ideas que no se cambian.

La calle se cierra de gente amontonada esperando el acontecimiento. Poco a poco vecinas viejas, viejas vecinas, dejan aflorar en sus rostros dolores compartidos, que solo aquel que ve nacer y vivir, puede sentir. Pocos hombres presentes ponen en evidencia las estadísticas de muertes prematuras por labores desgastantes de una generación y pienso que hoy, ya no tiene diferenciación de género.

Llega la hora. Los Hijos que se acercan, acompañan, abrazan y lloran el acto conmemorativo que está por acontecer. El mate acompaña el acto. Lo ronda, lo acaricia y se comparte. El agua calienta los estómagos y los espíritus de quienes saben del horror que los tocó. El mate, compañero inseparable de todo aquel que vive en estas tierras, otorga el sabor del estar con otros, de saberse en grupo continente, solidario y amigable. El mate, también heredado, hijo de una historia que aglutina y une, tan distinta de la otra que destruye.

Un ¡Presente! Suena rotundo en un barrio tranquilo de casas bajas y techos rojos. Por un momento, la arquitectura tambalea en una profunda tristeza por aquel que vio nacer y ya no vendrá.


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