- ¡Atchís! ¡plic! ¡plic! ¡Atchís!
Almendra escuchó el sonido y salió de la pieza.
- ¿Qué pasa? - le preguntó Simona que se despertó y encontró a su hermana sentada en el primer escalón mirando la pared.
- No sé- dijo Almendra- Escuché unos ruidos acá en el pasillo.
- ¡Atchís! ¡plic! ¡plic! ¡Atchís!- volvió a escucharse…
Las dos miraron para donde venía el sonido. Abrieron ASÍ DE GRANDES los ojos. ¿Qué es lo que tanto les había llamado la atención?
En el momento que miraron había sonado un ¡atchís! Y en ese preciso instante descubrieron que un personajito, más o menos del tamaño de una aceituna grande, estaba con la cabeza en el piso y las piernas levantadas en el aire. ¡Si! Parecía que estaba haciendo la vertical.
Las dos abrieron también las bocas, pero las cerraron enseguida para que no les entre una mosca. Dijeron: ¡Ohhhhh…! Al mismo tiempo… Gritaron ¡Ahhhh! ¡mamáaaaa…! Se callaron de pronto porque sonó otro ¡atchís! y el hombrecito volvió a pararse sobre sus pies. Las chicas se miraron y comenzaron a reírse a carcajadas…
Al hombrecito no le gustó ni medio… se puso colorado. Los cachetes se le inflaron como cuando uno se pone muy muy enojado. Los pelos se le pararon y las puntas se hicieron verdes. Verde aceituno. Se puso las manos en la cintura, se paró en puntas de pie y les dijo:
- ¿A ustedes les parece bien reírse de un enfermo?
Las chicas no supieron bien qué hacer.
Almendra le dijo: - No nos reímos de tu enfermedad.
Simona: ¡Noooo…! ¡para nada! Solo que nos sorprendió verte tan chiquito.
Eso- agregó Almendra- ¡Tan chiquito! - y se tapó la boca para no volver a reírse.
Simona le preguntó: ¿de qué estás enfermo, vos?
- De ¡atchís! - contestó el hombrecito como si todo el mundo supiera de qué se trataba.
- ¡Ah! – dijo Almendra sin atreverse a preguntar qué era eso.
- ¿Pero vos qué sos? - le preguntó Simona, que siempre hacía las preguntas un poquito chusmas.
- ¡Eso! ¿qué sos? – agregó Almendra.
- Tienen razón- dijo el hombrecito- No me presenté, porque en realidad Uds. no tenían que verme nunca. Pero con este ¡atchís!, todo está complicado.
Me llamo Sagnati, que quiere decir “Sueño” en croata, y soy uno de los duendes que por la noche les ponemos la arenita que les hace picar los ojitos antes de dormir, para que los cierren y sueñen cosas bonitas.
- ¡Ahhh! – dijeron las dos a dúo- arenita del sueño… No sabíamos que existía.
- Si. Nosotros existimos hace muchos muchos años, y siempre hicimos dormir a los chicos y a los grandes. Pero con los chicos, nos esmeramos más, porque queremos que sean muy felices.
Las chicas se enternecieron y casi casi que le dan un abrazo y un beso, pero el problema era cómo abrazar a alguien tan pequeñito sin aplastarlo.
- ¿Y te sentís muy mal? – le preguntó Almendra
- Un poco- contestó Sagnati. – El mayor problema es que, si no estornudo dos veces, me quedo con la cabeza para abajo y los pies en el aire hasta que vuelvo a estornudar. Una vez me pone cabeza abajo. Otra vez, me vuelve a su lugar. ¡Es muy incómodo!
- ¡Qué feo! – le dijo Simona.
- ¿Y no se cura? – Le preguntó Almendra
- Estamos todos enfermos- dijo Sagnati- Todo el pueblo tiene ¡atchís! ¡Es una pandemia mágica!
- ¡Ahhhh! – fue la única respuesta de las chicas- ¿Te podemos ayudar?
- Y bueno- contestó- total el lío ya está hecho. Nunca tenían que haberme visto. ¿Quieren venir a conocer mi casa?
- ¿En serio?
- Si. Yo no miento
- ¡Dale! ¿a dónde hay que ir?
- Acá. A la pared. Yo vivo en este pueblo que Uds. pintaron. Es más cómodo que andar por afuera.
- ¿Y nosotras cómo podemos entrar?
- Fácil. Súbanse a los patines y denme la mano.
Salieron las dos corriendo a buscar los patines. Se los pusieron. Se agacharon todo lo más que pudieron preocupadas en cómo iban a darle la mano a ese pequeñín, cuando de pronto se achicaron, se achicaron, se achicaron, se achicaron… y patinando entraron a la pared.
¡Qué maravilloso! ¡Había duendecitos y duendecitas! ¡Cada uno y una más lindo y linda!
Los colores que había por todos lados eran aún más bonitos que los que habían pintado: celestes, rojos, fucsias, amarillos, verdes, naranjas, violetas. Todo brillaba y parecía bailar con música de flores y mariposas. Enseguida se dieron cuenta que no es que bailaban, sino que con cada ¡atchís! quedaban patas para abajo o patas para arriba. Ese era el movimiento que se veía. Hasta el Ratón Pérez estaba visitándolos para ver si podía ayudar en algo.
- Esto es muy serio- dijo Pérez- ni yo los puedo ayudar.
- ¡Qué mal! – las chicas dijeron eso mientras miraban todo alrededor. Las casas, las personitas, las flores, los mini-gatos, los mini-perros, los mini-no-sé-qué que no pudieron identificar.
Entonces se les ocurrió una idea y no tuvieron miedo a las consecuencias.
- ¡Sí!- dijeron- Hay que llamarla.
Prepararon agua con un poquito de miel que le pidieron a una duendecita que estaba cabeza abajo, mezclando su pelo rojo y amarillo con los pastitos del jardín. Prepararon un platito con queso que les dio otro duende que iba caminando un poco cabeza abajo y un poco cabeza arriba. Se pararon al lado de una flor violeta y rosada, y comenzaron a llamar al hada.
- ¿Pero puede ser que me estén molestando? ¿no se puede vivir tranquila con Uds.? – dijo el hada que habían conocido en la bañera y que dejaron en el bosque desde donde se fue con un gnomo.
Las chicas la saludaron, le dieron los regalos y le explicaron la situación del pueblo de Sognati.
El hada primero comió todo. Después se durmió una siesta. Después pidió más queso. Después criticó el queso, el agua y la miel. Y cuando terminó con todo eso dijo:
- Es muy fácil de solucionar. Esto se cura riéndose.
Acto seguido, comenzó a hacer todo tipo de muecas, pasos de baile, contar chistes, hacer morisquetas, cosquillas mágicas, caminar con la cabeza para abajo, caminar con la cabeza para arriba y el toque final que ya fue el colmo de la risa de todo el pueblo: hizo gesto y ruido de pedo.
Las carcajadas eran terribles. Todos se reían. A medida que lo hacían se iban enderezando. Parándose y caminando sobre sus pies.
Todos se curaron enseguida. El hada estaba muy satisfecha y miraba todo con esa cara del que sabe lo que hace y le sale bien.
- Bueno- dijo- La tarea ya está cumplida. Ahora nos vamos. Saluden chicas.
Las chicas se miraron.
- ¿Cómo que nos vamos? ¿a dónde?
- A Casa- dijo el hada- el trabajo está terminado. Estuvieron bien en llamarme. Esto no se cura si no es con risa de hada.
- ¿Y cómo que a casa?
- ¡Obvio! ¡A casa!
Las chicas se volvieron a mirar ahora muy preocupadas. Si volvían con el hada ¿cómo le decían a mamá, a papá y a Fidel que ya no la aguantaban más?
Sognati les dio un abrazo gigante y un beso, porque ahora tenían el mismo tamaño. Las tomó de la mano, le dijo al hada que los acompañe, y patinando las sacó de la pared y las volvió a su tamaño.
Mientas las chicas subían el escalón, sintieron la arenita que ahora sabían que era del sueño, y se fueron derechito a la cama, esperando haber soñado que el hada se venía con ella.
Pero lo que pasó después, esa es otra historia, que vamos a contar en otro momento.
Así es el pasillo donde ocurrió la historia:
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