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Algo nuevo. Algo incierto

Primer día de radioterapia

Estoy asustada

Una amiga de mi edad y valiente como pocas, que recientemente se recibió de médica, me escribe por Whattsapp cuando voy camino al hospital.

Increíble. Justo ella hoy se acordó de mí.

Buena señal.

Entro sola porque Antonio tiene que hacerse análisis.

Hago el trámite de ingreso en el servicio. Entrego los informes de todos mis estudios previos

Allí veo a una mujer joven. Menos de 30, con su pareja. Me impresiona mucho. Ella está hermosa. Vestida de jean y una blusa juvenil de colores brillantes y grandes flores. Maquillada y bella. Tan joven. Tan linda. Seguramente tan enferma, pienso

Esperan un rato junto a mi. En algún momento él se va y llegan sus papás. La miman. Le hablan. Ríen. La miran con mucha ternura y mucha preocupación.

Ella les sonríe, pero se la nota tensa. Asustada

Por momentos se hacen silencios y los tres miran el vacío

Siento mariposas en el estómago mientras espero. Más que mariposas son bandadas de loros descontrolados que intentan arrastrarme con sus alas fuera de este lugar

Entra mucha gente y pasa directamente a otro sector que no veo. Otros se registran en un aparato electrónico y se desplazan por el servicio tampoco sé a dónde.

Y yo espero. Otra vez espero lo desconocido. Con temor. Con angustia

Sé que esto también va a pasar y quedar en el recuerdo, pero mientras tanto, mi deseo de huir de acá y de todo, hoy amaneció más demandante que nunca.

Pasa la chica con su mamá. Tarda muchísimo.

Mientras miro la cara angustiada de su padre, recibo un mensaje de mi esposo, que ya terminó y viene a acompañarme. Me alegra. No quería entrar sola.

Siento que el tiempo que la joven está en el consultorio se me hace eterno. Y a su papá también.

De pronto se abre la puerta y sale. La médica la acompaña hasta la sala de espera y la despide con un beso. Supongo que por lo joven se conmovió. Más tarde compruebo que no, que es así: empática y buena gente.

El padre pregunta, quiere saber. La madre intenta contarle en secreto. No le sale. La hija se acerca… Están tensos. Miro a esa mujer. Su gesticulación es extraña, los movimientos que hace con su cara y su cuerpo intentan frenar el llanto que quiere aparecer. Lo logra y deja que su hija tome la palabra y cuente aquello que le parezca tiene que compartir. Pero una mirada cómplice a su esposo le dice: -no te preocupes, después te digo-

Me llaman a mi. Justo llega mi compañero. Entramos juntos. Manifiesto mis temores.

La doctora me mira y me dice que es lógico.

Copia informes, me da explicaciones…

Poco a poco fui recuperando la serenidad y comencé a confiar en ella.

Me llevó al tomógrafo para “medirme in situ”. Es que los kilos y el tamaño me juegan siempre estas malas pasadas. Encima, con la quimio engordé. Porque ahora es así: un efecto esperable en los que tenemos problemas de peso.

Casi una hora y media dedicada a nosotros. Explicaciones, comentarios, dudas, palabras alentadoras… Y de cierre ¡entré en el tomógrafo!

Menos mal- les dije- sino me iban a tener que sacar como a Homero Simpson cuando se metió en el tobogán de agua y quedó atascado en el caño…

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