20 años tenía cuando nació su hijo
20 años le lleva de edad
Primer año que no están juntos para recibir el año
En realidad, ella lo decidió así, pero porque pensó que él se acercaría hacia donde estaba el resto de la familia.
Nunca imaginó que iba a llegar viva al 2020, por eso resolvió que el año nuevo lo esperaría junto a sus nietos y a su hijo menor.
Fue toda una resolución.
Su niño, hoy padre de tres criaturas, que vive en una casita de ensueño en medio de un bosquecito que la protege, los recibe y atiende amorosamente. A ella y a su padre. Lo ama con toda su fuerza y le da placer encontrarse con él y compartir su vida.
Su nuera , es una mujer activa, silenciosa, excelente madre, que va y viene por la casa y por la vida creando, resolviendo, atendiendo a sus proles hasta más de lo necesario, acomodando cosas, alivianando la vida...
Sus nietitos , pequeños aún, pero no tanto. Las niñas, gemelas, ya tienen 6 años y andan por ahí intentando apropiarse de las letras y el mundo. El niño, casi 11, ya es todo un escritor y un pensador, que se mueve entre los entornos virtuales “de grande” y los muñequitos con los que duerme abrazado o le pide a su abuela que le teja.
Despidieron el año todos juntos. En la casa de un hermano de su nuera. Pegada a la de ellos, pero no tan agreste. Desde allí podía verse entre la vegetación la bella casita todavía en construcción de su familia.
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El 1° día del año fue raro. Se sintió rara. Extraña. Triste.
Se levantó y tomó el tejido salvador para hacer los pedidos de la noche anterior: un gatito y un mapache para colgar de las mochilas con que empezarán el 1° grado. Un osito panda luchador, para el más grande de la familia, pero que esté parado y entre en una mano. Y con capita, para que pueda volar.
Necesitó, como otras veces, dejar algo. Sintió nuevamente que la vida se le iba y que debía dejar huella en esos peques: algo palpable, único, que la identificara.
Su aguja comenzó a trenzar hilos y colores mientras se sentó bajo un árbol y los niños iban y venían preguntando si estaba el suyo, si era el primero, si cuánto tardaba… así transcurrieron las primeras horas. Después tuvo necesidad de acostarse y dormir.
Estaba inquieta. Muy inquieta y sin saber el motivo.
Durmió. Se levantó. Volvió a tejer hasta que se cortó la luz y ya no pudo hacerlo.
Volvió a dormir. A levantarse.
A dormir…
El día se le hacía eterno y algo daba vueltas por su mente sin llegar a concretarse en una idea clara que le permitiera definirse.
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Muchas veces apareció la enfermedad en esas charlas de fin de año. Con su hijo y con el cuñado de él.
A pesar de eso, ella festejó la ensalada de verduras crudas. La ensalada de frutas. A ambas hacia casi un año que no las probaba, porque lo crudo podía transmitirle vaya uno a saber qué cosas según el médico.
Aparecieron anécdotas de la clínica en ese año nuevo. No sabe por qué, ya que algunas cosas nunca las contó. Pero aparecieron y fue doloroso.
Y siguió recibiendo los mimos de sus nietos. Sobre todo del mayor que no la deja sola, le ayuda con todo lo que hace y le dice a cada rato que la ama. Al igual que las nenas. La aman. Es cierto. Lo siente en lo profundo de su ser
Y le cuenta su hijo que antes que ella llegue, el pequeño le dijo que la admiraba por la forma en que enfrentó el cáncer. Porque no le tuvo miedo y siempre una sonrisa la acompañó. Porque no aflojó. Porque es una guerrera, y remató diciendo que cuando fuera grande quería ser como ella, que era su ejemplo a seguir.
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Extraña mucho a su otro hijo. Sabe que, si bien pasó el fin de año en lo de su tía con sus primos, está solo. Que tuvo un fracaso amoroso que lo desestabilizó Y se siente triste. Una tristeza inmensa de madre que quiere ver a su hijo feliz disfrutando la vida
Le escribe. Lo mima por teléfono. Recibe respuestas afectuosas.
No obstante, algo más le molesta.
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Llega la noche. Se encienden velas y la familia se dispone a dormir.
Como cada noche su nieto mayor duerme a su lado, en un colchón en el piso, pero tomándole la mano.
Y allí recuerda.
Con el brindis del año nuevo, su hijo menor le dedicó el “chin-chin…”
- ¡Te felicito má! Te felicito por la valentía con que encaraste el cáncer, por cómo lo venciste, por haber sido tan valiente…
Desde atrás, desde el karting a pedal en que estaba sentado su nieto, atento a todo lo que a ella se refiere y dispuesto a salir corriendo ante su menor requerimiento.
Desde allí, con su vocecita de niño, dijo:
- No papá. Todavía no ganó. Terminó la quimioterapia. Solo eso. Le falta pasar por los rayos y que el cáncer se haya ido del todo.
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